Cuántos motivos tienen los “siervos de Jehová” para alabar “el nombre de Jehová”! (v. 1). Otrora yacían en el polvo de la muerte, sí, en el muladar del pecado (v. 7). Pero Dios se rebajó a mirar en la tierra (v. 6). Jamás olvidemos que, por grande que Él sea, toma conocimiento de todo lo que concierne a cada una de sus criaturas. Él vio su estado de completa indigencia. Y, como el padre de familia de la parábola, se complació en invitar a los pobres y miserables para hacerlos sentar a la cena de su gracia (Mateo 22:10; comp. también 1 Samuel 2:8; Lucas 1:52-53).
Jehová había visto la aflicción de su pueblo, oído su clamor, conocido sus angustias. Y entonces descendió “para liberarlos” (Salmo 113:6; Éxodo 3:7). Lo hizo salir de Egipto con poder. A su orden, el mar Rojo se replegó para dejar atravesar al pueblo de Dios; “el Jordán se volvió atrás” para facilitarle el paso; la Roca hizo correr sus aguas para quitarle la sed. Dios sabe cómo y dónde hacer surgir el refrigerio y la vida para responder a las necesidades de los suyos. Pero hará todavía un milagro más grande a favor de su pueblo cuando cambie la dureza de su corazón en una fuente de aguas para bendición de toda la tierra.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"