¡Qué contraste entre este capítulo y el precedente! Hoy colmado de honores, gozando de una halagadora popularidad, y de la noche a la mañana Job se halla menospreciado y pisoteado. El mundo es hipócrita y traicionero. Los creyentes que, por un momento, han creído poder otorgarle su confianza, tarde o temprano han hecho ese penoso descubrimiento. El corazón humano encuentra placer en la desdicha de los demás. ¿No se ha regocijado con malicia a causa de la humillación de Jesús? (Compárese el versículo 9: “Y ahora yo soy objeto de su burla, y les sirvo de refrán” con el versículo 12 del Salmo 69: “Me zaherían en sus canciones los bebedores”).
Así, pues, las bendiciones terrestres de Job habían podido marchitarse. En cambio, las del creyente consisten en
Toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo
(Efesios 1:3).
Ni Satanás, ni el mundo, ni la misma muerte podrán jamás quitárselas… Job estimaba que su piedad le daba derecho a la prosperidad y ahora llega hasta quejarse de Dios. ¿Estamos seguros de que esto nunca nos ocurre? ¡Y todavía con mucho menos razón aparente!
“Clamo a ti, y no me oyes” (v. 20). Estas son las palabras del Salmo 22:2. Pero ¡qué diferencia entre la amargura de Job –quien imputa a Dios sentimientos de animosidad y crueldad (Job 30:21)– y la perfecta sumisión del Señor Jesús, quien en ningún momento pierde su confianza en su Dios!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"