En el capítulo 29, Job se extendió largamente acerca del bien que hacía; aquí expone con igual detalle el mal que no hacía: inmoralidad (v. 1-12), injusticia (v. 13-15), egoísmo (v. 15-23), idolatría (v. 24-28). Uno puede gloriarse de una manera u otra y olvidar que solo Dios nos incita a obrar bien, así como solo él nos preserva de obrar mal.
Si alguien tenía derecho a apoyarse en sus obras, ese era, por cierto, el patriarca Job. El apóstol Pablo escribe la misma cosa respecto de sí mismo en la epístola a los Filipenses;
Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo
(Flipenses 3:7; ver tambien v. 4)
Sus ventajas naturales de buen israelita, su pasada justicia de concienzudo fariseo, todo era considerado por él… como “basura”. De modo que Dios no necesita quitarle nada como tuvo que hacerlo con Job; Pablo, por gracia, ya había puesto a un lado todo lo que no era de Cristo.
¡Que cada uno de nosotros examine bien su corazón y pida a Dios que quite todos los puntos de apoyo secretos que podría conservar en él, fuera de la fe de Jesús! En particular los versículos 30, 32, 34 y 37 dejan sobrentender todas las buenas cosas que Job piensa de sí mismo y de sus pasadas obras.
Finalmente, al terminar esta exposición de todos sus méritos, Job pone solemnemente su firma y desafía a Dios a que le responda: “¡Oh si tuviese quién me oyera (he aquí mi firma; que me responda el Todopoderoso)…!” (v. 35, V. M.).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"