Job se halla ante un impenetrable misterio: ¿Por qué Dios, quien es justo, hiere precisamente a aquel que buscaba complacerle? (¿Y no es esta la insondable pregunta que Jesús hizo sobre la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Salmo 22:1)? ¿Por qué, por otra parte, contrariamente a lo que han afirmado Elifaz, Bildad y Zofar, los impíos prosperan a su gusto sobre la tierra? Insultan a Dios, diciéndole: “Apártate de nosotros, porque no queremos el conocimiento de tus caminos” (Job 21:14) y, pese a ello, por el momento permanecen impunes (v. 7-15; Malaquías 3:18). El silencio de Dios y su aparente indiferencia ante las provocaciones de los hombres son un enigma para muchos creyentes (Salmo 50:21). El mismo problema atormenta al piadoso Asaf en el Salmo 73: ¿De qué sirve limpiar mi corazón si pese a esto mi castigo debe volver “todas las mañanas”? La porción de los malos es más hermosa que la mía.
Aun hoy, muchos incrédulos gozan sin freno de la presente vida en tanto que los hijos de Dios tienen a veces muchas pruebas. Pero leemos en el versículo 17 de ese Salmo: ¡“… Comprendí el fin de ellos”! ¡Ah! no le tengamos envidia al mundo. Dios no dice su última palabra de este lado de la tumba. Total contraste entre ese terrible fin que aguarda a los inconversos y el glorioso porvenir que el Señor reserva a sus amados redimidos (Juan 14:3; 17:24; Romanos 8:17-18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"