“¿Cuándo?” había preguntado Bildad (cap. 18:2). “¿Hasta cuándo?” replica Job, cuyo tono se enardece. En efecto, no hay motivo para que termine ese diálogo de sordos en el cual cada uno prosigue con su idea. «Job cree que Dios está en contra de él sin razón; sus amigos, en cambio, piensan que Dios está en contra de él con razón. A la verdad todos se equivocan. Dios está a favor de Job» (A. G.).
Luego, la queja del afligido se vuelve desgarradora (véase Lamentaciones 3:1). Nosotros, quienes en gran parte estamos rodeados del afecto y de la comprensión de los nuestros –y ¡qué decir de la del Amigo supremo!– pensemos de qué manera Job debió de sentirse en semejante trance de dolor sin poder abrir su corazón a nadie (Salmo 69:20). Los versículos 13 a 19 nos dan un patético eco de ese sentimiento de total soledad, tanto más grande cuanto Job piensa que Dios está contra él: “Hizo arder contra mí su furor” declara él (v. 11). ¡No, Job! La cólera de Dios que tú y yo habíamos merecido castigó a Otro en nuestro lugar. Los que pertenecen a Jesús nunca la conocerán.
Teniendo delante de Él el desamparo de Dios, Cristo no pudo confiar su dolor a nadie. Fue incomprendido por todos y abandonado por los suyos (Marcos 14:37, 50). En medio de un sufrimiento que nunca fue igualado, nunca nadie se halló tan solo como Él.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"