Uno siembra y otro siega

Juan 5:35-38

Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores. 
(Juan 5:35-38)

Quisiera dar una palabra de ánimo a aquellos que han trabajado en el Evangelio, quizá durante años, sin haber visto frutos de su labor. Tal vez hayan recordado las palabras de Isaías 49:4: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas”. Quizás estén tristes y agobiados, pero el mismo versículo sigue diciendo: “Pero mi causa está delante del Señor, y mi recompensa con Dios”. Él sabe cuál es su trabajo de amor y las lágrimas que ha derramado en su servicio. Y recuerde: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmo 126:5-6).

Tampoco olviden, queridos compañeros de trabajo en el Evangelio, que “uno es el que siembra, y otro es el que siega”. Consideremos estas hermosas palabras del Señor de la cosecha: “El que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega” (Juan 4:36-37).

Amados hermanos, quizás ustedes hagan el trabajo de un evangelista, tal vez sean sembradores. Recuerdo a un hermano que en cierta ocasión vino a una de nuestras reuniones. Habíamos predicado durante mucho tiempo, sin resultado aparente. Esa noche ese hermano, que se hallaba de paso, anunció el Evangelio, y una mujer recibió a Cristo como su Salvador. Siendo esta una conversión genuina, el hermano que había predicado dijo: «Uno siembra y otro siega». Él había cosechado lo que no había sembrado, pero nos regocijamos juntos, y estoy seguro de que también nos regocijaremos juntos el día de la gloria venidera.

Hace poco, el capítulo 5 de la epístola de Santiago me llamó poderosamente la atención; aunque el tema tratado allí no se relacione directamente con la evangelización, creo que la “paciencia” tiene su lugar en el servicio del evangelista. Santiago dice: “Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía”, es decir, las bendiciones de arriba. Es Dios quien da el crecimiento. Santiago presenta a Job como un hombre de paciencia, quien finalmente recibió grandes bendiciones del Señor. Sigamos difundiendo el Evangelio con paciencia.

Alguien dijo que el Señor no nos hará responsables de los resultados, pero sí de haber difundido o no el Evangelio. En el mismo capítulo 5, versículo 17, encontramos otra condición para que todo trabajo fructifique: la oración. “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente”. Su oración fue respondida.

“Cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” (1 Corintios 3:8). Podemos estar seguros de que, si el Señor nos emplea como segadores, otro habrá sembrado antes. “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).

Vida Cristiana 1953

Los pecados de algunos hombres

Los pecados de algunos hombres se hacen patentes antes que ellos vengan a juicio, mas a otros se les descubren después. Asimismo se hacen manifiestas las buenas obras; y las que son de otra manera, no pueden permanecer ocultas. 
(1 Timoteo 5:24-25)

Estas palabras contienen una exhortación y a la vez un estímulo. Como dice el pasaje, algunos pecados son evidentes para todos; sin embargo, otros solo se manifiestan más tarde. Esto debería hacernos reflexionar. Cosas que podríamos decir que se hicieron rectamente pueden haberse hecho en el momento equivocado, de la manera o por la razón equivocada.

En tal caso, el resultado de nuestras acciones terminará por revelar nuestros comportamientos y juicios erróneos. Que Dios nos preserve de los tristes resultados y de las consecuencias imprevistas de los pecados que se “descubren después”.

El Señor es muy bondadoso, y también nos habla de los resultados de las buenas obras hechas para él. Las buenas obras de algunos son evidentes para todos, y son motivo de gran gozo. Quizás otras buenas obras no sean ampliamente conocidas, pero tampoco “pueden permanecer ocultas”. No necesitamos presionar a otros para que reconozcan lo que es bueno. Todo lo que se ha hecho con la “mente de Cristo” y para él se manifestará al final.

Como el apóstol Pablo nos advirtió a través del Espíritu en 1 Corintios 3:10, “cada uno mire cómo sobreedifica”. Quizás algunas de nuestras obras permanezcan ocultas tanto tiempo que solo “el día” las “declarará” (v. 13) en el tribunal de Cristo, cuando todos nuestros pobres esfuerzos, voluntariosos e inoportunos, serán quemados. En efecto, ¡nos alegraremos de verlos desaparecer! Sin embargo, es solemne reconocer que esas cosas nos harán sufrir pérdidas. Mientras tanto, todo lo que se hizo verdaderamente para el Señor, permanecerá.

Prestemos atención ahora. Insistir en que tenemos razón no significa que la tengamos; pero si confiamos en que el Señor nos guía correctamente, nuestro testimonio será “manifiesto a todos” (1 Timoteo 4:15).

S. Campbell