No perecerán jamás

Juan 10:27-30

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos.
(Juan 10:27-30)

 Un joven cristiano sincero me dijo un día:

–Acepté por la fe al Señor Jesús como mi Señor y Salvador. Pero a menudo me preocupa perder la salvación. ¿Puede usted ayudarme?

–Con mucho gusto, le respondí. Abra su Biblia y veamos lo que la Palabra de Dios nos enseña. El creyente es:

– Perdonado (1 Juan 2:12; Colosenses 1:14 y 2:13).

– Salvado (Efesios 2:8; 2 Timoteo 1:9; Tito 3:5).

– Justificado (Hechos 13:39; Romanos 3:24; 1 Corintios 6:11).

– Sellado con el Espíritu Santo (Efesios 1:13 y 4:30).

– Tiene vida eterna (Juan 3:36, 5:24 y 6:47).

Que nada haga tambalear su confianza en estas cosas, pues son tan seguras como la Palabra que las revela. El enemigo de nuestras almas, Satanás, presenta enseñanzas erróneas, dudas y razonamientos: “¿Conque Dios os ha dicho?” (Génesis 3:1). Pero el Espíritu Santo estimula la fe sencilla y sincera en la Palabra de Dios.

Consideremos lo que el Señor Jesús dijo en Juan 10:27-29: “Mis ovejas... no perecerán jamás”. Como sus ovejas, nuestra seguridad depende exclusivamente del Pastor y Obispo de nuestras almas (1 Pedro 2:25).

Quiero llamar su atención sobre la expresión “JAMÁS” del versículo 28. En el griego, esta palabra es doblemente enfática. El que declara que sus ovejas no perecerán jamás, conoce muy bien la tendencia de estas a vagar, y lo inseguras y vulnerables que son ante el menor peligro. Por eso añade: “Ni nadie las arrebatará de mi mano”. ¡Qué seguras están las ovejas! Ningún enemigo puede alcanzarlas. No solo las ovejas buenas son asidas y sostenidas por la mano de su omnipotente Salvador. Todas las ovejas son igualmente salvaguardadas por el poder divino; todas están seguras en su mano. “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos” (v. 29). Los creyentes son el regalo del Padre al Hijo. Este mismo hecho asegura la resurrección de cada uno de los que fueron dados al Hijo (Juan 6:37, 39-40; 17:24). “Nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Estamos en las manos del Hijo (v. 28) y en las manos del Padre (v. 29), “guardados por el poder de Dios” (1 Pedro 1:5).

Así, nuestra seguridad eterna está en unas manos más poderosas que las nuestras.

Vínculo y comportamiento

–Pero, ¿tiene mi comportamiento algún impacto en mi relación con Dios? ¿Podría mi mal comportamiento hacerme perder la salvación?, preguntó el joven.

Aunque nuestro vínculo es permanente, nuestro comportamiento a menudo es variable. Cada hijo de Dios debería conocer bien estas dos verdades, ya que son de suma importancia para nuestra comprensión y felicidad espiritual.

Nuestro vínculo con Dios como sus hijos es inmutable. La buena conducta no puede fortalecerla, ni el fracaso puede debilitarla. Lo que ha nacido de Dios permanece para siempre (1 Juan 3:9). Una vez que se es hijo de Dios, no se puede dejar de serlo. “A todos los que le recibieron… les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).

Un mal comportamiento sin duda afectará los sentimientos que acompañan esta relación o vínculo como hijos de Dios, y momentáneamente se perderá el gozo de la salvación; pero ni el vínculo ni la salvación pueden perderse. La intercesión del Señor Jesús como abogado ante el Padre (1 Juan 2:1), y la oración del Señor Jesús por un discípulo confiado en sí mismo (Lucas 22:31-32), no tuvieron como meta recuperar un vínculo perdido, sino restaurar la comunión y el gozo. Después de su pecado, David no oró para recuperar la salvación, sino el “gozo” de la misma (Salmos 51:12, 23:3). Los padres deben corregir a un hijo que se porta mal, pero este sigue siendo su hijo.

Recuerde que el buen comportamiento no es el medio para mantener la salvación, sino que es la evidencia de que uno es salvo.

Así que, amigo mío:

Usted está en las manos del Señor, guardado por su poderoso poder. Él nunca apartará sus ojos de usted, nunca lo soltará de su mano, sino que lo amará y guardará hasta el final.

Tal vez tenga que enseñarle lo débil que usted es, que en su carne no mora el bien (Romanos 7:18). Puede reprenderlo y castigarlo (Hebreos 12:5-11), pero siempre lo consolará y animará. Su amor es incansable. Después de haberlo levantado, no lo dejará ir, sino que lo conducirá con seguridad; porque la salvación, desde el principio hasta el fin, es del Señor.

Reflexione: ¿qué compañía de seguros en el mundo puede ofrecer alguna medida de seguridad como la seguridad de la poderosa mano de Dios?

Recuerde, él dijo: “No perecerán jamás”.

E. S. Nashed (Toward the Mark)

 Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre [...] Con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.
(Hebreos 10:10, 14)

Jesús dijo:

De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.
(Juan 5:24)