Tener a los hijos sumisos y mantener el orden en la familia es honrar a Dios; es bueno que este pensamiento conmueva el corazón y ejercite la conciencia de los padres de familia cristianos. Dicho orden revela el temor reverente a Dios; sin ello faltamos, y nuestra desobediencia nos acarreará tristes consecuencias. El libro de Samuel nos brinda el caso solemne de Elí, a quien Dios declaró: “Yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:30). Estos versículos ponen en relieve cuan grave y seria es la responsabilidad de los padres de familia.
Meditemos también lo que leemos en 1 Timoteo 3 acerca de los “obispos” u hombres espiritualmente maduros. Una de sus características es “que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad” (v. 4). Y en la epístola a Tito dice:
Que fuere irreprensible... y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía
(1:6).
Vemos, pues, que si un creyente tenía hijos insumisos, esto era motivo suficiente para que no se le designara o reconociera como “obispo” o “anciano”, por fiel y piadoso que fuese. Se le descalificaba como guía espiritual en la asamblea; es una cosa que hoy día se ha olvidado demasiado a menudo. Algunas veces el Nuevo Testamento menciona a una asamblea local reuniéndose en casa de un hermano (1 Corintios 16:19; Colosenses 4:15; Filemón 2); esto implicaba, sin ninguna duda (y está en consonancia con lo que acabamos de decir), que dicho hermano y su familia se hallaban en buen estado espiritual.
No olvidemos que el desorden en un hogar tiene repercusiones en la asamblea, y que –para perjudicar a la asamblea– el enemigo ataca a la familia. Cosas que nos parecen de poca importancia, porque conciernen solo a nuestras casas, pueden ocasionar dificultades en la asamblea.
¡Oremos y velemos para impedirlas!