Si es verdad que la mundanalidad constituye un peligro para nuestros hogares, también existe otro que quisiera destacar aquí: la posición espiritual y la unción con las cuales procedemos a la lectura diaria y en familia de la Palabra. Si damos a nuestros hijos la impresión de una cosa hecha por costumbre o rutina, o de un austero deber a cumplir, de una tarea fatigosa que se desearía evitar, ¿no iríamos en contra del fin buscado? Lo que debemos hacer, amados hermanos, es enseñar a nuestros hijos a que amen al Señor, suscitar y luego afirmar en sus corazones el gozo de pertenecerle y de vivir con Él. Hagamos atractiva la lectura de la Palabra en familia, no dejemos pasar un solo día sin hacerla; procuremos que nuestros hijos se interesen por lo que lean, permitámosles que nos hagan preguntas, para las cuales el Señor nos dará la respuesta conveniente. Expresémonos con perseverancia sobre lo visto anteriormente. Nos sentimos estimulados al ver cómo sus tiernas almas se abren a las maravillas de las Sagradas Escrituras y desean comprenderlas mejor; también nos sentiremos sorprendidos y agradecidos al Señor al ver que la simiente, recibida con gozo, habrá llevado frutos benditos, y más tarde, “a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).
Pero ante todo, consideremos que para enseñar a nuestros hijos a amar al Señor, debemos ser para ellos verdaderos ejemplos. Hablémosles mucho de Jesucristo, pero mostremos también, por nuestra conducta diaria, que su bendita Palabra tiene un precio muy alto para nuestros corazones. Enseñémosle que solo en Él nosotros hemos encontrado, y ellos hallarán, la felicidad que falsamente Satanás les promete, atrayéndoles al mundo. No olvidemos que un testimonio práctico tiene mucha más fuerza y es más convincente que un testimonio expresado en palabras, si éstas no van acompañadas por una fiel correspondencia de la conducta, en cuyo caso no traerán aparejado ningún fruto. Por nuestra conducta, mucho más que por nuestras palabras, podemos servir de modelo a nuestros hijos.
Meditemos mucho sobre nuestra responsabilidad. Si lo hiciésemos con mayor frecuencia, esto nos impulsaría a una vida práctica más fiel al Señor y redundaría para Su gloria, para la prosperidad de nuestros hogares y de las asambleas.