¿Quién fue el hombre apto para hablar así de parte de Dios? ¿El hombre que estaba en el tercer cielo? El mismo que estaba prisionero en Roma.
Es bueno regocijarse siempre en el Señor, como dice el salmista:
Bendeciré a Jehová en todo tiempo
(Salmo 34:1).
Cuando tengo al Señor conmigo, como objeto de mi corazón, hay más del cielo en la cárcel que fuera de ella.
No son los delicados pastos, ni las aguas de reposo que alegran el alma: su gozo es saber que el Señor es su Pastor, no los delicados pastos, por hermosos que sean; incluso si ella se aleja. “Confortará mi alma”, y si la muerte está en el camino, “no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo”, si hay terribles adversarios, tengo una mesa aderezada delante de mí, en presencia de ellos. Pues bien, “mi copa está rebosando”, el Señor, mi Pastor, me lleva por medio de todas las dificultades y las pruebas de mi flaqueza, y me hace decir: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor moraré por largos días”.
El que confía en el Señor, por más grande que sea la tribulación en que se halle, experimenta que no hay mal que por bien no venga. Pablo dice: Conocí al Señor estando libre, y le conocí estando en la cárcel; me satisface abundantemente. Así pudo decir: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” ¿Qué le pueden hacer a tal hombre? Si lo matan, lo envían al cielo; si lo dejan ir libre, se gasta a sí mismo, llevando a los hombres a Cristo.