¡Ser celoso por las cosas de Dios, por el mismo Señor! Nunca lo seremos suficientemente; pero es preciso que este celo sea mantenido, guiado, y a veces también parado por el mismo Dios. Él nos ha dado enseñanzas en su Palabra, para que nuestro celo no se desvíe de su voluntad y para que la nuestra sea excluida.
Con muchos ejemplos la Palabra nos muestra hasta dónde puede llegar la aberración del hombre a este respecto. El mayor, ¿no es el de Saulo, animado por un ardiente deseo de servir a Dios, y que sin embargo le resistía? (Hechos 5:39).
Es cierto que ahora los creyentes no somos expuestos a semejante grado de aberración; mas, por desgracia, las circunstancias, nuestra propia voluntad, nuestros intereses, nuestra falta de dependencia del Señor, nuestra confianza en nosotros mismos, a menudo nos engañan haciéndonos actuar inconscientemente en oposición al pensamiento y a la voluntad de Dios. Por este motivo somos exhortados a velar y orar para ser guardados; y esto no solo de cuanto está fuera de nosotros, sino mayormente de lo que está en nosotros, por encontrarse allí el mayor peligro.
A menudo ocurre que, incluso con el deseo que tenemos de hacer bien, nos apartamos de la voluntad de Dios para hacer la nuestra, colocándonos así de modo inconsciente pero no menos real en oposición con él. Para servir bien a su amo, un siervo debe amarle y conocerle:
El que me ama, mi palabra guardará
(Juan 14:23).
Asimismo, es necesario estar preparado para su servicio y capacitado para desempeñarlo.
Somos los siervos del Señor y de los suyos, juntamente con los cuales constituimos Su cuerpo. Él mismo constituyó, para servir y edificar a la Iglesia, “a algunos apóstoles; y a otros, profetas; y a otros evangelistas; y a otros, pastores y maestros; para el perfeccionamiento de los santos, para la obra del ministerio (o servicio), para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:11, V. M.). La Palabra de Dios nos dice que cualquier miembro, por pequeño que sea, tiene un servicio que cumplir: “A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1 Corintios 12:7). Esto es el servicio en la Asamblea. El creyente también debe ofrecer otro servicio fuera de ella: es el del Evangelio, pero no de un modo independiente de la asamblea; porque si es verdad que lo ejercita personalmente para el Señor, debe hacerlo en comunión con ella y con la aprobación de los hermanos, gozoso de estar sostenido y animado por sus oraciones. El apóstol Pablo, el gran evangelista, las pedía para sí mismo en sus epístolas (Efesios 6:19; Colosenses 4:3; 1 Tesalonicenses 5:25; 2 Tesalonicenses 3:1, etc.).
El Evangelio, la buena nueva pregonada por Pablo y por los demás apóstoles, no comprende solo la salvación de las almas y el perdón de los pecados por la sangre de Cristo que, borrándolos, infunde la paz, sino todo el maravilloso alcance de las bendiciones celestiales que resultan de la muerte y de la resurrección de Cristo.
El Evangelio nos da a conocer La Persona del Hijo de Dios:
–El Padre.
–Los eternos designios de Dios, que es luz y amor.
–La esposa de Cristo: la Iglesia.
–Nos hace penetrar en los cielos.
Es el “evangelio de vuestra salvación” (Efesios 1:13). “El glorioso evangelio del Dios bendito” (1 Timoteo 1:11). El “evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4). Revela el “misterio escondido desde los siglos en Dios” (Efesios 3:9).
¡Cuán vasto ambiente celestial aquel en el cual los evangelistas han de introducir a los hombres, y luego guiarles en él! Es, pues, muy necesario que sean fundamentados e instruidos en la doctrina para orientar las almas cuando las introducen por la fe.
Es lamentablemente cierto que en la cristiandad existen evangelios distintos al que predicaba el apóstol Pablo, pues alteran la verdad y perturban a las almas haciéndoles perder, no la salvación misma, tal vez, pero sí su seguridad y todas las inestimables bendiciones que se derivan de ello. El apóstol dijo a los gálatas: “Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:7-8).
En las instrucciones que da a Timoteo y a Tito, el mismo apóstol hace resaltar la suma importancia de una sana enseñanza con fuerza de doctrina. La meditación de estas exhortaciones es particularmente provechosa para los jóvenes y para aquellos que, gozando ellos mismos de la salvación y de la paz, desean hacer participar a los demás de su felicidad y anunciar el evangelio.
La ardiente juventud busca más y más la independencia, tan contraria al pensamiento divino. Los jóvenes creyentes deben aprender a obedecer; deben, de modo especial, velar y orar a fin de permanecer en el camino angosto de la humildad, que es asimismo el de la bendición, para no ser arrastrados en la corriente del camino ancho del orgullo.
Demos gracias a Dios que nos dio en su Palabra la sana y pura doctrina. Esta nos enseña y nos redarguye a fin de hacernos aptos para toda buena obra. Bendigamos al Señor porque en estos últimos días, llamados también tiempos peligrosos, nos ha dado conductores espirituales para volver a descubrir las verdades del Evangelio que habían sido escondidas durante largo tiempo. Tenemos sus escritos; leámoslos, jóvenes. Somos exhortados a obedecerlos: “Obedeced a vuestros guías y mostradles sumisión, pues ellos se desvelan por el bien de vuestras almas, como quienes han de dar razón, a fin de que hagan eso con alegría y no gimiendo; porque esto a vosotros no os trae cuenta” (Hebreos 13:17. V. B. C.).
¡Desplieguen los jóvenes su celo en este espíritu y su trabajo será ricamente bendecido! El Señor busca obreros según su corazón: “A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:37-38). “He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan 4:35).