Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan
(Hebreos 9:28)
Notemos en primer lugar que aunque la expresión “para salvar a los que le esperan” pueda tener mayor alcance (y aplicarse, por ejemplo, a la aparición de Cristo al remanente judío que le esperará, o a la espera y anhelo de las criaturas, es decir, de la creación entera que gime: Romanos 8:19-22), se aplica plenamente a la venida del Señor para arrebatar a la Iglesia.
I. La Palabra de Dios nos enseña claramente que la espera del Señor para salvación es una actitud y un privilegio de los creyentes. Todos somos exhortados a seguir el ejemplo de los tesalonicenses, los cuales se habían convertido de los ídolos a Dios, para “esperar de los cielos a su Hijo” (1 Tesalonicenses 1:10).
II. Nos demos cuenta o no, los creyentes esperamos la venida de Cristo, conforme a la preciosa promesa que nos hizo: “Si me fuere... vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3). Cristo arrebatará a todos cuantos hemos creído en él:
Los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire
(1 Tesalonicenses 4:16-17).
III. Hebreos 9 nos enseña que Cristo se presentó “una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado” (v. 26). Aquel sublime sacrificio nos valió una salvación completa y eterna cuya plena realización no se llevará a cabo mientras estemos aún en la tierra, pero lo será cuando el Señor vuelva para arrebatar a los que le pertenecemos. La expresión del versículo 28: “para salvar a los que le esperan”, se refiere a la salvación definitiva, la redención del cuerpo completando la del alma.
La salvación definitiva se halla garantizada para todos los creyentes, es decir, para los “muchos” mencionados en el citado versículo 28, y cuyos pecados fueron expiados por Cristo.
Ahora bien, la plena redención solo se realizará cuando suceda el arrebatamiento de los santos, y va indisolublemente ligada a aquel preciso acontecimiento:
Esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya
(Filipenses 3:20-21).
¿Cómo suponer entonces que la expresión “los que le esperan” establezca una diferenciación entre los creyentes –salvados todos por la sangre preciosa de Cristo– de modo que unos serían arrebatados cuando el Señor venga, mientras que otros se quedarían? Eso no haría sino rebajar singularmente los resultados de la obra de la cruz.
“Los que le esperan” es, pues, un término que indica una posición, un privilegio adquirido, pero no siempre asimilado o entendido, y que –sin distinción alguna– es la porción de los “muchos”, cuyos pecados Cristo tomó sobre sí (v. 28).
Numerosos cristianos ignoraron y siguen desconociendo todavía la verdad del regreso del Señor para arrebatar a la Iglesia. Notemos, de paso, que la Reforma, en el siglo XVI, hizo énfasis sobre la justificación por la fe y afirmó la autoridad absoluta de la Biblia en materia de fe, pero desconoció prácticamente las verdades del regreso de Cristo por los suyos y de la acción del Espíritu Santo en el creyente y en la asamblea.
El que tan preciosa verdad sea desconocida o muy imperfectamente entendida por los cristianos no cambia ni quita nada de su valor, y con todo, participarán de su cumplimiento. Los corintios eran carnales; sin embargo, el apóstol les escribe que están esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, contando con Dios, quien es fiel para confirmarlos a fin de que sean sin falta “en el día de nuestro Señor Jesucristo” (cap. 1:7-9).
En cuanto a la parábola de las diez vírgenes, no parece relacionarse con el asunto que nos ocupa. Es cierto que las vírgenes insensatas no entraron con el Esposo a las bodas, pero ellas no son una imagen o símil de los creyentes: no poseían la vida divina, no tenían aceite en sus vasos (figura del Espíritu Santo). Las vírgenes prudentes, es decir, las verdaderas creyentes, entran con el Esposo; aunque se dejaron dominar por el sueño, imagen del declive de la Iglesia, la cual ha dejado su primer amor (Apocalipsis 2:4).
¡Bendito sea el Señor! ¡No faltará ningún redimido en el glorioso encuentro con Cristo! Amados hermanos, ya hemos oído el clamor de medianoche; preparémonos para ir al encuentro del Esposo. Si nuestros corazones y afectos vibran por él, viviremos constantemente esperando Su regreso.