Moisés, hombre de Dios (n°4, parte 2)

Hebreos 11:24-26

Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón.
(Hebreos 11:24-26)

Moisés es uno de los grandes hombres de Dios mencionados en la Biblia. Dios le encomendó una gran y difícil tarea. Debía liberar al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y conducirlo por el desierto hasta la tierra prometida, Canaán. Su vida puede dividirse en tres periodos de 40 años cada uno, durante los cuales cada vez aprendió una lección. Para ser útiles en el servicio a Dios, debemos aprender cada una de estas tres lecciones.

Durante los primeros 40 años 
Fue criado en la corte de Faraón como hijo adoptivo. Allí aprendió a conocer el mundo y su vanidad, con todo lo que este ofrece en forma de sabiduría y entretenimiento. Por la fe se negó a llevar una vida así. Prefirió ponerse del lado del pueblo de Dios que estaba en la esclavitud.

Los siguientes 40 años 
A la edad de 40 años tuvo que huir de Egipto, porque en su afán por ayudar a su pueblo mató a un egipcio déspota. Los siguientes 40 años vivió como pastor en Madián. Allí, en la soledad, aprendió a conocerse a sí mismo y comprendió que no podía emprender nada para Dios sin su ayuda. Entonces Dios se le reveló y lo llamó a ser el guía de su pueblo.

Durante los últimos 40 años de su vida 
Condujo al pueblo de Israel por el desierto hasta la tierra prometida. Cada vez que la murmuración y el descontento de los israelitas le causaban problemas, aprendió a conocer a Dios. Lo conoció como un Dios santo que no puede tolerar el pecado, pero también como un Dios lleno de amor y perdonador. Moisés aprendió estas tres lecciones. Que nosotros también las aprendamos, para ser útiles a Dios y disfrutar la bendición de una vida consagrada a Aquel que nos salvó.

Persévère