Amados hermanos, nunca olvidemos que todos los esfuerzos que Satanás multiplica contra nosotros tienen como fin separarnos de las cosas celestiales de Cristo. Satanás trata de interponerse entre nosotros y Cristo, entre nosotros y las cosas celestiales, para que no disfrutemos de ellas o para que perdamos el gozo que nos proporcionan. Obra con el fin de quitar a Cristo, de hacer desaparecer el cielo ante nuestros ojos. Por un lado, hace alarde de todos sus artificios, y por el otro, de todo su poder, con el fin de asustarnos, para impedir que sigamos adelante, o para hacernos retroceder.
En el desierto del Sinaí y en Canaán, el pueblo de Israel nos da un ejemplo de lo que es la lucha contra Satanás: cuando Israel atravesaba la soledad desértica, Amalec (figura de Satanás obrando por medio de la carne) estorbó su marcha. Cuando atravesaron el Jordán, el enemigo levantó una fortaleza para impedir que tomaran posesión del país; por último, cuando entraron en el país, redobló sus esfuerzos para impedirles mantenerse en esa posesión y disfrutar de ella. Para gozar de las cosas celestiales hay que haber pisado cada porción del país de la promesa, es decir, haberlo recorrido en todos los sentidos. Tenemos que tomar posesión gradualmente del mismo, y Satanás se opone precisamente a ello.
La epístola a los Efesios nos introduce directamente en el cielo. Somos bendecidos “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. Nos presenta “santos y sin mancha delante de él, en amor”; nos da una herencia, una parte o porción con Cristo; nos hace sentar en los lugares celestiales en él; nos introduce en la plena posesión de las cosas celestiales en Cristo, antes de que entremos en la gloria.
Al final de la epístola vemos que ahora se trata de luchar para que Satanás no nos impida gozar de estos bienes. El enemigo dispone de dos armas, tan peligrosa una como la otra.
La primera, mencionada en 1 Corintios 15:12, 2 Tesalonicenses 2:2 y 2 Timoteo 2:18, son las falsas doctrinas, arma que introduce encubiertamente en la Iglesia, entre los hijos de Dios. Mediante esta artimaña Satanás trata de hacer despreciable la persona de Cristo, separarnos de Cristo, arrebatarnos el gozo de las cosas celestiales y robar nuestra esperanza.
La segunda, tema principal de este pasaje, arma que maneja frecuentemente y contra la cual debemos luchar, es el mundo, hacia el cual quiere llevar nuevamente nuestros corazones y pensamientos; con ella quiere que nos establezcamos, que nos sintamos a nuestras anchas en medio de los muertos, en medio de las tinieblas, como si perteneciéramos a ellas. Nos hace cerrar los ojos a nuestra esperanza, a la esperanza de la venida de Cristo; y cuando lo consigue, el mundo ya no puede reconocernos como cristianos que esperan al Señor. Lo principal para Satanás es quitarnos el gozo de las cosas celestiales, ocultárnoslas, robarnos la luz, asemejarnos al mundo, a las tinieblas, hacer de nosotros, en vez de una “carta de Cristo”, conocida y leída “por todos los hombres” (2 Corintios 3:2), una carta del mundo, conocida y leída por el mundo.
Queridos hermanos, ahí está el peligro para nosotros hoy en día; los pasajes que se refieren a la lucha cristiana casi siempre aluden al mismo peligro. Consideremos tres de ellos en las epístolas del apóstol Pablo a los romanos, los tesalonicenses y los efesios.
Veamos primero Romanos 13:11-12, 14:
Conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz… Vestíos del Señor Jesucristo….
Satanás se las ingenia para que los cristianos vivamos en las tinieblas y así perdamos de vista la esperanza que está puesta delante de nosotros. Pero consideremos a un cristiano que lucha revestido de una armadura que lo protege en medio de las tinieblas: esta armadura es la luz misma. Y si está revestido de las armas de luz, si la luz es su arma, ¿cómo podrían las tinieblas influir sobre él? Si vigilo, el mundo reconocerá que algo me separa o distingue del ambiente mundano. El solo hecho de vigilar demuestra que no pertenezco a las tinieblas y que estoy esperando aquella salvación que está más cerca de mí que cuando creí.
En 1 Tesalonicenses 5:4-8 vemos que cuando realizamos esto, el poder de Satanás es nulo, no puede hacer nada contra nosotros: “Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios (¡lo contrario del mundo!). Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo”. Esto es lo que necesitamos para luchar contra el letargo espiritual que nos impide esperar a Jesús viniendo del cielo.
En estos versículos tenemos tres partes que constituyen una coraza o armadura completa. Si en el primer capítulo de 1 Tesalonicenses vemos que la fe, el amor y la esperanza son las características del andar cristiano (v. 3), aquí vemos que estas cosas son las verdaderas armas para resistir a Satanás. Si Cristo es el objeto de mi afecto y de mi fe, si su venida es el motivo de mi esperanza, es imposible que caiga en el letargo espiritual. Mi corazón está lleno de un tema tan excelso que me impide dormitar. Para proteger mi cabeza, tengo como yelmo la esperanza de salvación. La armadura que se nos exhorta a revestir hace que podamos resistir a ese letargo en el cual Satanás trata de hundirnos.
El ministerio del apóstol debía enfrentarse especialmente con el ya mencionado primer ataque de Satanás: las falsas doctrinas. 2 Corintios 6:7 alude a eso. Pablo entraba en el combate bien pertrechado, “con armas de justicia a diestra y a siniestra”, para poder resistir en lugar de otros. Pero notemos que iniciaba la lucha hiriéndose a sí mismo (1 Corintios 9:27). Tal como en Hebreos 4:12, la espada debe aplicarse primeramente a nuestra propia conciencia, para que podamos valernos eficazmente de ella contra el enemigo.
Tengamos cuidado, nosotros también, de no sucumbir al sueño. Cada uno podrá reconocer o confesar que tiene esta tendencia. Pero también hay momentos en los que el Señor nos despierta y nos da refrigerio espiritual, hay momentos cuando todos tenemos los ojos abiertos. ¿Cuánto tiempo dura esto? ¿Cuánto tiempo permanecemos sobrios? ¿Cuánto tiempo estamos velando? Pronto nuestros párpados se hacen pesados, los ojos se van cerrando, nos ataca el sueño… nos hundimos en las tinieblas, en el mundo, y Cristo pierde el precio que tiene para nuestras almas. El poder de Satanás ha prevalecido. Si estamos durmiendo o aletargados, Satanás en cambio siempre está alerta, merodeando, “buscando a quien devorar”, enfriando nuestros corazones y desviando el amor que profesamos a Cristo.
En tercer lugar, consideremos la “armadura de Dios” tal como la describe el apóstol en Efesios 6:10-20. Para que podamos resistir, nos dice: “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”. No lo olvidemos: es necesario vestirnos de la armadura antes de que lleguen los días malos. Vestirse de una armadura toma su tiempo, y el enemigo siempre se presenta repentinamente. ¡Hermanos, siempre debemos tener las armas puestas! Tenemos que ser ejercitados por Dios para que cuando lleguen los días malos estemos en posesión de todas las armas que él pone a nuestro alcance. Es necesario que ellas nos cubran de pies a cabeza, para estar listos en los días malos y permanecer firmes. A esto se refiere Pablo cuando dice: “para que podáis estar firmes”. No basta vencer una vez: debemos permanecer firmes durante todo el tiempo de nuestra peregrinación.
El apóstol sabe que por nosotros mismos somos incapaces de resistir al poder del enemigo, por eso dice:
Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.
Luego, detallando la armadura, describe sus dos partes. La primera es la parte defensiva, lo que podemos llamar las armas «pasivas». La segunda es la parte ofensiva, o las armas «activas». No se puede tomar la ofensiva sin haberse revestido previamente de toda la armadura. Examinemos, pues, las dos partes de la misma.
I. Todas las piezas de la ARMADURA DEFENSIVA son cosas absolutamente prácticas. Se trata de un estado práctico, no de una posición o de conocimientos doctrinales.
1) “Ceñidos vuestros lomos”, es la primera parte de dicha armadura: “Ceñidos vuestros lomos con la verdad”. El cinto debe ceñir nuestros lomos, es decir, lo que hay de más íntimo, el hombre interior. Se aplica para fortalecerlo. Este cinto es, pues, figura de la fuerza, la cual se encuentra en la verdad. El cinto, el poder, es la verdad misma.
La verdad se compone de tres cosas inseparables: l. El Señor dice: “Yo soy… la verdad” (Juan 14:6). La verdad es, pues, la persona de Jesús. 2. También dice: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). 3. Además: “El Espíritu es la verdad” (1 Juan 5:6). La Palabra de Dios aplicada a nuestro hombre interior nos presenta la misma persona de Cristo, por el poder del Espíritu Santo. El cinto de la verdad es el arma más escondida, menos visible, la que está debajo de las demás. Este cinto desempeña un papel importante en todas las circunstancias de nuestra vida.
Israel estaba ceñido para la marcha (Éxodo 12:11). Aquí somos exhortados a estarlo para la lucha (Efesios 6:14). El cinto de lino del sumo sacerdote era una prenda necesaria para el culto (Levítico 16:4). En Lucas 12:35 y siguientes el Señor manda ceñir los lomos para la espera. Necesitamos, pues, la Palabra, que fortalece nuestro hombre interior para esperar a Cristo. En el mismo capítulo, versículo 37, el cinto es necesario para el servicio, y también para presentar la Palabra a las almas. En efecto, los que llevaban la palabra profética estaban ceñidos con un cinto o faja ancha de cuero (2 Reyes 1:8; Mateo 3:4). En otras palabras, en todos los grandes momentos de la vida cristiana es necesario estar en contacto con la Palabra que nos habla de Cristo y nos permite resistir a la somnífera influencia del ámbito de Satanás. Notemos bien, vuelvo a repetirlo, que aquí no se trata de una posición, ni de conocimientos, ni de inteligencia, sino del estado práctico de un corazón completamente entregado a Cristo.
La verdad nos presenta un objeto para nuestros afectos. Si tenemos otro cinto diferente al de la verdad, nuestros afectos están dirigidos a otros objetos, hacia el mundo, hacia las cosas del mundo; gastamos nuestra energía en conseguir cosas que en realidad nos separan de Cristo; así perdemos las únicas bendiciones que necesitamos. Tengamos en cuenta esto: si no estamos continuamente en relación con Cristo mediante su Espíritu y su Palabra, no podemos estar firmes frente al enemigo. El cinto representa, pues, un estado subjetivo del alma.
2) “Vestidos con la coraza de justicia”. El apóstol escribió a Tito: “La gracia de Dios se ha manifestado… enseñándonos que… vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). Se trata de justicia práctica, no de una posición de justicia delante de Dios. Esta justicia consiste en estar separados del mal y del pecado en nuestra marcha. La justicia delante de Dios siempre conlleva la ausencia del pecado, pero debemos mostrarla prácticamente en nuestro andar en medio del mundo. Un justo siempre se conduce con toda justicia. Si tiene los lomos ceñidos, esto es, si sus afectos están bien orientados, si está vestido con la coraza de justicia, entonces su conciencia también estará en regla. Satanás ataca solo al viejo hombre, la vieja naturaleza que permanece amortiguada en nosotros.
Debemos manifestar esta justicia práctica que agrada a Dios, y tener esta buena conciencia delante de Dios y de los hombres (comp. con Hechos 24:16). De este modo podemos ir hacia adelante, porque los golpes de Satanás chocarán contra la armadura que llevamos. Cuando mi conciencia no está tranquila y no me examino sinceramente en presencia de Dios, el enemigo logra detenerme y ejercer poder sobre mí.
3) “Y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. Cuando recibí el evangelio en mi alma, con él también recibí la paz. La gracia de Dios obra así: por la fe tengo la paz; el estado de enemistad ya no existe, ahora me encuentro en una posición de paz con Dios, lo que me llena de humildad. Pienso en lo que Dios hizo por un miserable pecador como yo, y camino humilde y apaciblemente en medio del mundo. Sin embargo, no olvidemos que se trata de la lucha y no de la marcha, y el cristiano no puede ir con los pies descalzos. Y si camina hacia adelante con un espíritu humilde, no obraba con otro espíritu en el combate.
4) “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno”. Esta es, pues, la pieza de la armadura que debemos usar encima de todo, que sea bien visible. El escudo era el arma que se llevaba en la mano izquierda para detener los golpes del enemigo. La palabra “fe” es nuevamente algo práctico: la confianza en la bondad y la gracia inalterable de Dios.
Pero si nos falta la coraza de la justicia, si no tenemos buena conciencia, si no tenemos el cinto de la verdad, nuestros afectos puestos en Cristo, ni los pies calzados, si somos orgullosos y el estado del corazón y de la conciencia, juntamente con la marcha, no están en regla, entonces no podemos tener esta confianza inalterable en Dios, y confiamos en nosotros mismos. Pero el apóstol dice: “No confiamos en nosotros mismos”.
Con el escudo de la fe puedo ir hacia adelante. ¿Qué podrá hacerme Satanás? Si tengo mala conciencia, me esconderé de Dios; si no me juzgo continuamente en la presencia de Dios, dejaré caer el escudo de la fe, y los dardos de fuego del maligno me alcanzarán. Estaré vencido y perderé hasta la seguridad y el conocimiento de mi salvación.
5) “Y tomad el yelmo de la salvación”. Si la fe es la confianza en lo que Dios es, el yelmo de la salvación es el gozo de lo que Dios hizo para mí. Si el yelmo me protege la cabeza, el enemigo no puede herirme mortalmente en ella. Si voy a la lucha confiado en Dios, feliz por lo que él hizo, tengo la armadura práctica, “toda la armadura de Dios”.
II. Ahora veamos la ARMADURA OFENSIVA: Tenemos dos armas ofensivas.
1) La primera es la espada del Espíritu. “Tomad… la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios”. Puedo hacer uso de ella; fue lo que hizo Jesús, quien como hombre iba vestido con toda la armadura de Dios. “Escrito está”, fue lo que respondió tres veces al tentador en Mateo 4:1-11. ¿Hubo acaso hombre que, como él, se haya ceñido con el cinto de la verdad, se haya aplicado la Palabra a sí mismo, que haya caminado en la senda de la justicia, de la paz, que haya llevado el escudo de la plena confianza en Dios, que haya contado con el Dios de su salvación y haya tomado la espada del Espíritu para manejarla contra Satanás, como lo hizo él? Y Satanás huyó de él.
2) La segunda arma ofensiva es la oración. “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio…”. ¡La oración! ¡Cuán importante es!
a) “Toda oración y súplica”. Esto no significa repetir cada día una misma oración por una misma cosa. El Señor Jesús conocía muy bien esas oraciones y súplicas. “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7). El Señor Jesús es el ejemplo perfecto, presentado en esto como en todo. En Daniel capítulo 9 también tenemos un ejemplo de lo que son las oraciones y las súplicas; cuando Daniel vio que el momento de la liberación había llegado, siguió arrodillándose, orando y suplicando.
b) Notemos que el apóstol dice: “en todo tiempo”, no una o dos veces al día, sino “en todo tiempo”. Es algo que debe caracterizar al cristiano. La oración es un arma ofensiva con la cual podemos vencer todo el poder del enemigo. Cuando Pablo tuvo “gran lucha” por los colosenses y por los que estaban en Laodicea (Colosenses 2:1), se hallaba prisionero, pero arrodillado ante Dios presentaba toda clase de plegarias y súplicas en todo tiempo, en el Espíritu. No se trata de cosas que se repiten sencillamente porque ya fueron formuladas dos, tres, diez veces, y que no cuesta presentar nuevamente delante del Señor.
c) Es necesario que las oraciones y las súplicas sean “en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia”. ¡Cuántos términos usa el apóstol para definir claramente cuál debe ser la actitud diaria del cristiano, de todos los cristianos!
d) “Súplica por todos los santos”. No debemos presentar solo nuestras necesidades, las de nuestra familia y de la asamblea local. En efecto, no estamos limitados a nuestro pequeño círculo: debemos suplicar por todos los santos, sin excepción alguna, por los millones que peregrinan juntamente con nosotros en el mundo.
e) El apóstol añade: “y por mí”. Se trata de la obra de Dios, del ministerio del Señor Jesús en este mundo. ¡Cuánto fruto abundaría en el ministerio cristiano si todos los santos orasen por aquellos a quienes Dios se digna emplear para llevar su Palabra a los inconversos, o para presentarla a los santos! Hay momentos en que el siervo que Dios emplea siente cansancio, cierta «sequedad espiritual» al presentar la Palabra a las almas. Cuando esto no es el resultado de una situación personal, la cual el siervo mismo debe juzgar en la presencia de Dios, ¿no se debe, acaso, a que los santos olvidan esta recomendación del apóstol y no presentan en todo tiempo oraciones y súplicas por el siervo de Dios?
Amados hermanos, no debemos contentarnos solo con tener la Palabra de Dios, sino que debemos estar en íntima y directa relación con el Señor. La oración es la señal de la dependencia, y nosotros debemos orar por todas las cosas: sea la obra de evangelización o la del ministerio. Y tengamos en cuenta que aquí no se trata solo de reuniones de oración, sino mayormente de la oración individual de cada cristiano. ¿Poseemos esta parte o pieza de la armadura, caracterizada por la oración, que tenía un Samuel y un Daniel? Tenemos el continuo ejemplo del Señor Jesucristo, siempre absorto en oraciones y súplicas por todo lo que constituía la gloria de su Padre.
En verdad, necesitamos este estado práctico que nos capacita para resistir a los artificios del enemigo, el cual quiere, a toda costa, desviarnos de la comunión con nuestro Dios y nuestro Señor Jesucristo.
Estemos alerta, hermanos, ¡tomemos TODA la armadura de Dios!