Es interesante notar la importancia que las Sagradas Escrituras dan a la oración. El ejemplo del Señor Jesús es digno de meditación detenida. En el Evangelio de Mateo capítulo 11, leemos que el Señor pronuncia palabras solemnes y severas sobre ciertas ciudades que habían sido muy favorecidas por las maravillas que él hizo, y en seguida comienza una corta oración con las palabras siguientes: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra…”, para que nosotros aprendamos a considerar los juicios divinos en la luz de la perfecta sabiduría de Dios.
En otras ocasiones pasó las horas de la noche en oración a Dios. ¡Cuánta diligencia y persistencia! En momentos de dificultad o turbación oímos cortas oraciones de súplica que traen ayuda y aún respuestas audibles del cielo. La más larga oración de Cristo que consta en los Evangelios fue elevada a su Padre poco antes de la traición. ¡Cuan diferente de lo que se podría esperar de un hombre en momentos tan críticos! ¡Cómo se olvida de sí mismo y ora, pide, ruega por los suyos de entonces y de todas las edades y los eleva consigo hasta la gloria! Enseguida toma el camino hacia un huerto donde de nuevo se postra en oración, pero, ¡qué dolor, qué angustia invade su corazón que le hace repetir tres veces la misma petición! Y luego ¡Oh maravilla! oímos que dice: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”. ¡Qué perfecta sumisión, y qué ejemplo más sublime para nosotros!
Además del ejemplo de nuestro Señor que corre por todos los Evangelios y las referencias a sus oraciones en las Epístolas (Hebreos 5:7, por ejemplo), tenemos enseñanzas directas y explícitas sobre el asunto, para que saquemos el provecho máximo de este medio fácil para comunicamos con nuestro Padre, Señor del cielo y de la tierra.
La primera lección en el Evangelio de Mateo capítulo 6, es en cuanto al lugar: en la cámara, a solas, con la puerta cerrada, v. 6. Luego, la manera de orar: “No uséis vanas repeticiones”, v. 7. No es la mucha palabrería que despierta el oído de Dios. Después el Señor nos da un modelo hermoso, no para que presentemos el modelo a Dios cada vez, sino que nuestras oraciones sean construidas conforme al carácter del modelo. En primer lugar debe ocupar nuestra atención la soberanía y voluntad divinas, antes que nuestras necesidades; luego hemos de examinar nuestros corazones y pensamientos, pues es inútil esperar que Dios nos atienda y nos perdone mientras retenemos rencores y pensamientos duros en contra de otros.
Más tarde el Señor nos enseña que es necesario demostrar diligencia y constancia en la oración, sin desmayar (Lucas 18:1, etc.) Hemos de considerar las multitudes que nos rodean y la gran necesidad que tienen del Evangelio. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies”.
En las Epístolas también hay muchas enseñanzas y exhortaciones sobre este asunto para que aprendamos a ser intercesores eficientes y eficaces.
Los asuntos que presentamos en oración a Dios deben ser objeto de examen detenido con la luz de las Escrituras, para saber si lo que vamos a pedir concuerda con la voluntad de Dios y ha de servir para su gloria y el ensalzamiento de Cristo. Si el asunto no cuadra con los límites que la Palabra de Dios nos señala, más vale no tocarlo.
Que el Señor nos bendiga en nuestra vida de oración. De todas partes del mundo nuestros hermanos nos dicen con frecuencia: “Oren por nosotros”. Oremos por los que se ocupan en el esparcimiento del Evangelio y por todos los que se encuentran en países donde hay grandes pruebas. No debemos olvidar tampoco de llevar delante del Señor en oración las necesidades de su obra en nuestro país.