Simón Pedro (2)

Después de hablar de la revelación que el Padre había hecho al corazón de Pedro, el Señor sigue diciendo: “Y yo también te digo”. El contraste está entre la revelación dada ya por el Padre y la nueva que se desprende de sus labios, “que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”. ¿Cuál es el significado de esta declaración? Confirma primeramente el uso del nuevo apellido de Pedro en el sentido de que él era una piedra y útil en la construcción del nuevo edificio. Pero ¿dónde se había de colocar la piedra? “Sobre esta roca edificaré mi iglesia”. Roma ha querido probar por este pasaje que Pedro era la roca, sobre la cual Cristo fundó su Iglesia. ¡Fundamento muy inepto e inestable habría tenido si Pedro hubiera sido su única base! Pedro era hombre y en muchos sentidos no mejor que usted o yo. Admitimos que Pedro era una piedra, viva y útil, pero Cristo es la roca; Cristo tal como Pedro le había confesado, en su carácter de Hijo del Dios viviente.

Es algo más que la curiosidad lo que nos hace observar aquí que Pedro no se olvida de esta palabra “viviente”. En sus epístolas nos habla de una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3). Es muy hermoso cuando en este mundo mortal se nos pone en contacto con realidades vivas.

Cristo habla de la construcción de su iglesia como una obra no empezada aún. “Edificaré” significa más tarde. Alguien dirá que la Iglesia de Dios tuvo su origen en Abel que ofreció el primer holocausto aceptable. No hay conflicto aquí. Había creyentes desde el principio y un linaje de santos desde el tiempo de Abel, pero Cristo habla de la Iglesia que ha de ser su cuerpo. ¿Cuándo se estableció? Evidentemente no fue edificado antes de que él hubiese sido puesto como el fundamento, es decir, hasta que él se entregó a la muerte y la aniquiló, hubiese resucitado y ascendido a la gloria, y enviado desde la diestra de Dios al Espíritu Santo para servir de lazo de unión inquebrantable entre Él y los creyentes.

Es digno de notarse aquí que no fue Pedro que iba a construir la Iglesia, sino Cristo, pues este dice: “Yo edificaré”. Tampoco dice: “He comenzado a edificar”. La asamblea de creyentes que constituía su Iglesia en su principio fue el grupo de discípulos sobre el cual bajó el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y desde ese momento hasta aquel otro en que el Señor aparecerá en las nubes para arrebatar de la tierra a los que son suyos (1 Tesalonicenses 4:15-18), la Iglesia seguirá formándose y creciendo.

La Escritura dice que esta Iglesia ha sido el objeto de la cariñosa contemplación del Padre desde la eternidad, pero la verdad acerca de ella quedó como un misterio hasta que el apóstol Pablo recibió una revelación especial acerca de la misma (Efesios 3). Pero obtenemos nuestra primera idea de ella de los labios del Señor, como se ve en esta conversación con su amado discípulo Pedro.

En seguida Jesús se dirige a Pedro y le dice: “Y a ti daré las llaves del reino de los cielos”. ¿Las recibió? ¿Cuándo y cómo? Las recibió seguramente debido a la gracia de Cristo y no a causa de sus méritos. Si Pedro fue escogido para este privilegio, es porque era un hombre de ideas progresivas, que miraba hacia adelante y no hacia atrás y creo que lo mismo sucede ahora, y que el hombre que avanza y crece en su afecto y devoción para la persona de Cristo es el que recibe más luz y aprende más de la verdad. No cabe duda que Pedro fue escogido para una posición especial bajo el favor soberano de Dios y que fue en este caso “un vaso escogido” del Espíritu Santo en vista de las aptitudes que tenia para la empresa.

¿Cree usted, amigo lector, que a Pedro le fueron dadas las llaves del cielo? ¡No lo permita Dios! Pedro no tuvo nada que ver absolutamente con las llaves de las puertas del cielo. Cristo dijo: “Las llaves del reino de los cielos”. Este reino estuvo y está en la tierra mientras que la Iglesia de Cristo pertenece al cielo. El reino de los cielos es la administración de los negocios del Rey aquí en la tierra, mientras que Cristo, su Rey rechazado y desconocido por los hombres, esté ausente en los cielos.

En todos los cuadros que los pintores han hecho de pedro le representan con un manojo de llaves colgadas de su cinturón y con ovejas reunidas en su derredor. Un pastor no alimenta su rebaño con llaves, ni son útiles estas para la construcción de edificios. Una llave sirve para abrir una puerta cerrada y cuando ha funcionado de este modo, deja de ser útil mientras quede abierta la puerta. Esta palabra de nuestro Señor se ha interpretado mal. Jesucristo mismo ascendió al cielo, pero su obra tenía que ser avanzada aquí por medio de la administración del “reino de los cielos”. Esta expresión “el reino de los cielos” se encuentra solo en el Evangelio de Mateo y solo se dice de él que “se ha acercado”. Pedro abrió la puerta a los judíos cuando pronunció su primer sermón apostólico, llamándolos al arrepentimiento cuando los acusó de haber crucificado al mesías y traído la condenación de Dios sobre sus propias cabezas. Más tarde empleó la segunda llave cuando bajó a Cesarea, a la casa de Cornelio, y abrió con la palabra creer una puerta ancha, para los gentiles, quienes hasta entonces habían sido excluidos del Evangelio. A estos dijo: “De este dan testimonio todos los profetas, de que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hechos 10:43).

El Señor siguió hablando a Pedro y le dijo: “Todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”. Es una referencia a la misma administración del reino en la tierra y en la asamblea; y no tiene nada que ver con las condiciones personales de salvación.

Pedro fue llamado a un lugar especial en cuanto a la administración en la tierra, a fin de actuar por Cristo en la asamblea, como hicieron más tarde todos los creyentes (véase Juan 20:23).

Si tiene usted el deseo de entrar algún día en el cielo, es preciso que vaya al Salvador de Pedro para conseguir de él la salvación, de la misma manera como Pedro la obtuvo y si llega a entrar en la asamblea de cristianos aquí en la tierra, tenga cuidado cómo anda, con circunspección, para no caer en pecado y traer deshonra al nombre de Cristo, y así exponerse a un solemne acto que la asamblea tiene autoridad para ejecutar, a saber: atar el pecado sobre usted mismo al excluirle de su círculo (véase 1 Corintios 5:13).