Tal vez ningún cantor, antes ni después, ha tenido una voz tan hermosa como la del gran italiano Caruso. Entretenía y encantaba a las multitudes en el mundo entero y cuando llegó al fin de su carrera uno de los grandes periódicos anunció su muerte de la siguiente manera: «Caruso nunca cantará más».
Otro cantante se hallaba internado en un gran hospital; un joven que apenas principiaba su carrera. Su fama no alcanzaba la altura de la de Caruso, pero su talento daba mucha promesa de éxito en el futuro. Cuando empezaba a ser popular le apareció el temible cáncer. Su doctor, con cuidado y delicadeza, le dijo un día: «Joven, siento mucho tener que decirle que usted nunca volverá a cantar». Entonces le explicó que en un esfuerzo para salvar la vida habían decidido quitarle la lengua. «Pueda ser que usted sobreviva», dijo, «pero hay una cosa cierta y es que nunca volverá a cantar». Después de un momento de silencio, el joven levantó la vista y con una sonrisa dijo al médico: «Doctor, sí, voy a cantar otra vez. Aunque no cante más aquí en la tierra, voy a cantar el cántico nuevo con los redimidos alrededor del trono en el cielo, al que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre (Apocalipsis 1:5). Pero, doctor, quiero cantar una vez más mañana antes que me operen».
La mañana siguiente llevaron al enfermo a la sala de operaciones donde los médicos y enfermeras estaban debidamente preparados, listos para administrarle la anestesia. «Ahora», le dijo el médico, «¿quieres cantar tu último canto?». Se impresionaron profundamente cuando el joven abrió sus labios y cantó con tono dulce y suave el bien conocido himno de Cowper:
Hay un precioso manantial
De sangre de Emanuel,
¡Que purifica a cada cual
Que se sumerge en él!
El malhechor se convirtió
Pendiente de una cruz,
El vio la fuente y se lavó,
Creyendo en Jesús.
Y yo también, mi pobre ser
Allí logré lavar.
La gloria de su gran poder
Me gozo en ensalzar.
Eterna fuente carmesí,
Raudal de puro amor,
Se lavará por siempre en ti
El pueblo del Señor.
No mucho tiempo después el joven cantor pasó a juntarse con la multitud, de todas las edades, que elevan las alabanzas de los redimidos a su Señor: el cántico nuevo de Apocalipsis 5:9-10: “Y cantaban un nuevo cántico diciendo: Digno eres… porque tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.
Lector, si tú estuvieras en la misma condición en que se encontraba el joven, ¿podrías cantar lo que él cantó con tanta confianza? ¿Cantarás tú después de partir de esta tierra? o ¿estarás entre los que nunca volverán a cantar? Los que no canten después de la muerte, gemirán y se lamentarán para siempre.
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna
(Juan 3:16).
Amigo, sin pérdida de tiempo, arrepiéntete, toma tu lugar como pecador delante de un Dios santo. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).