Hace algún tiempo la prensa diaria trajo una noticia que en verdad se salió de lo corriente. Se trató del hallazgo de restos de barcos que los historiadores creen que pertenecieron a una flota de guerra griega perdida hace 2.386 años en una de las mayores derrotas navales de la historia antigua. Según los datos dados por la prensa, el primero de los cascos fue avistado por buzos que habían estado trabajando cerca de un mes en el cieno que cubre el fondo de la amplia bahía de Siracusa en la costa sudeste de Sicilia. El profesor del Museo Histórico de Siracusa ha dicho que no hay duda de que son restos de la flota ateniense que puso asedio a Siracusa.
Causa asombro de veras, el que los hombres consiguieran encontrar y aun sacar a luz lo que por 2.386 años había quedado encubierto. Más asombro, pero mucho más, nos debe causar el hecho de que todo relacionado con nuestra vida aquí en este mundo, ha de ser descubierto y sacado a la luz.
Porque nada hay oculto, que no haya de ser manifestado; ni escondido que no haya de ser conocido, y de salir ala luz
(Lucas 8:17).
Sí; todo lo escondido, lo desconocido y hasta olvidado, ha se ser descubierto. Tal vez se preguntará, ¿cómo será posible esto? La explicación es sencilla y contundente. “Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13).
Por tanto, puede tenerse por seguro que ni un detalle a lo largo de toda nuestra vida quedará sin registrarse. La inmutable realidad es que Dios tiene nuestro historial archivado en el cielo, y en fecha no lejana, todo se pondrá al desnudo. “Porque, Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”.
Sentado esto, amado lector, vamos al grano. Si usted, no puede presentarse a descubierto ante sus amigos ahora, ¿cómo se hallará entonces cuando acontezca lo que acabamos de destacar, es decir cuando haya de ponerse de manifiesto todo lo que está escondido en su vida? Ante lo temible del caso, lector, urge darse cuenta de que no basta con la mera intención, ni basta con la mera actitud. Hace falta la acción, un acto grande del arrepentimiento. “Dios… ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”.
Lo sensato es, por consiguiente, hacer un alto en el sendero del pecado, y arrepentirse como Dios se lo manda. Es decir, creer y aceptar la Palabra de Dios que dice que somos pecadores, merecedores del castigo divino, y sin fuerzas para salvarnos de la ira venidera. Y después de así arrepentirse, el próximo paso a dar es tener fe en Cristo como Salvador. Estas dos condiciones, a saber, “arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” son las que indica la Biblia como la única manera de escapar a toda condenación, el único medio seguro de obtener perdón de todo pecado. Estimado lector, Cristo quiere salvarle. Acuda a él ahora mismo tal como está usted. Él le recibirá y le salvará.