La esperanza bienaventurada

Todo lo que pasa en el mundo hoy día nos hace pensar en la proximidad de la segunda venida de nuestro Señor Jesucristo. Sin duda alguna él viene pronto. El hombre muestra cada día más su incapacidad para arreglar los asuntos de este mundo, y rápidamente se acerca el día en que “los reinos del mundo vendrán a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). Pero antes que venga aquel día, el mismo Señor vendrá en el aire, para arrebatar a los creyentes y llevarlos a estar con él, según su promesa en 1 Tesalonicenses 4:16: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor”. Esta es la verdadera esperanza del creyente. El no espera la muerte, pero sí, la segunda venida de su Señor Jesucristo. Pero mientras esperamos la venida del Señor, ¿qué debemos hacer?

  1. “Negociad entre tanto que vengo” (Lucas 19:13). El Señor ha ido al cielo a recibir el reino de la mano del Padre, y nos ha dejado aquí para representarle y servirle. A cada uno le ha dado algún don y todos somos responsables de usar el que hayamos recibido para la mayor ventaja mientras esperamos su venida. ¡Que seamos fieles en nuestro servicio para él!, “aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios 5:16).
  2. “La muerte del Señor anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). Antes de ser traicionado y no mucho antes de su muerte, el mismo Señor instituyó la Cena o el partimiento del pan. El apóstol Pablo, luego de hablar de su institución, dice que “todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga”. Vemos por el ejemplo de los creyentes primitivos que debemos celebrar este acto por lo menos cada primer día de la semana, o sea el domingo, en memoria del Señor (Hechos 20:7). Cuando celebramos este acto debidamente en obediencia a la Palabra, recordamos la muerte del Señor (una mirada retrospectiva), esperamos su venida (una mirada prospectiva) y anunciamos la unidad del cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:17), pues participamos como miembros de su cuerpo y no como miembros de tal o cual secta.
  3. Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura” (1 Timoteo 4:13). Aunque estas son las palabras de Pablo a Timoteo, podemos aplicárnoslas pues vienen directamente del Señor. Entre tanto que el Señor venga, él desea que nos ocupemos en el estudio de su Palabra. Esto es muy necesario. Ningún creyente puede progresar si no estudia la Palabra. Debemos leer la Palabra de Dios todos los días, estudiándola versículo por versículo, capítulo por capítulo y libro por libro, pidiendo la dirección e iluminación del Espíritu Santo, pues el Señor prometió que el Espíritu tomaría de lo suyo y nos lo haría saber (Juan 16:13).
  4. “Pero lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga”. “He aquí yo vengo pronto retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 2:25; 3:11). El peligro aun entre creyentes es el renunciar las verdades que el Señor nos ha revelado. Si esto hiciéramos presionados por la persecución o por cualquier otra causa, perderíamos el galardón. Retengamos, pues, las preciosas verdades que nos han sido reveladas: la plena inspiración de la Biblia, la perfección de la persona y la obra de Cristo, la justificación por la fe, la seguridad eterna del creyente, la verdad del un solo cuerpo, y la esperanza de la venida segunda del Señor. Rechacemos las doctrinas y prácticas anti-escriturales, como la diferencia entre clérigos y laicos, o el uso de títulos como reverendos y doctor en divinidad. Busquemos toda oportunidad de anunciar el Evangelio a nuestros semejantes y ganar almas para Cristo. Seamos constantes en el estudio de la Palabra y en la oración. “Reten lo que tienes para que ninguno tome tu corona”.