En la profecía de Isaías, capítulo 53, leemos en los versículos 4 y 5 las siguientes palabras, referentes al Señor Jesucristo: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.
Hay quienes han interpretado estos versículos como si enseñaran que Cristo llevó nuestras enfermedades físicas sobre la cruz y que, por lo tanto, ningún creyente en él debe estar enfermo.
Examinemos el pasaje. La primera parte del versículo 4 es citada en Mateo 8 donde leemos que Cristo sanó a la suegra de apóstol Pedro (v. 14-15), y donde dice que “trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios y sano a todos los enfermos” (v. 16). El versículo 17 sigue así: “Para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias”.
Preguntamos: ¿Cuándo tomó Cristo las enfermedades y cuándo llevó las dolencias de esa gente? La contestación inequívoca es: Durante su vida aquí en la tierra, durante su ministerio después de su bautismo, cuando “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
Cristo vino al pueblo de Israel como su Mesías y mostró las pruebas de su mesiazgo cumpliendo las profecías acerca del reino mesiánico, a que se refiere Isaías en el capítulo 35:5-6. Todo esto ocurría durante su vida, cuando salía poder de él para sanar a los necesitados (véase Marcos 5:30; Lucas 6:19; 8:46).
El versículo 5 de Isaías 53 se refiere a la obra de la expiación que Cristo efectuó por su muerte sobre la cruz. El apóstol Pedro habla de esto en su primera epístola, 2:24-25, donde leemos: “Quién llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero… y por cuya herida fuisteis sanados”. Así vemos que el saneamiento espiritual que recibimos ahora, a saber, el perdón de nuestros pecados es por la expiación que Cristo hizo en la cruz, cuando “llevó nuestros pecados”, o, como dice Isaías, cuando “fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados”.
De todo esto vemos claramente que Cristo no sufrió por nuestras enfermedades físicas en la cruz. El sanó las enfermedades de la gente durante los tres años y medio de su ministerio público, cuando salía poder de él para sanarlos.
Pero en la obra de la cruz, “cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado”, “llevará las iniquidades” de todos aquellos que creen en el (Isaías 53:10-11).
Cuando un creyente está enfermo, debe usar los remedios que están a su alcance, confiando que el Señor los bendiga para su saneamiento si es su santa voluntad. A la vez, debe procurar aprender las lecciones que el Señor le quiere enseñar por la prueba.
Pero nunca debe esperar ser sanado porque Cristo llevó sus enfermedades en la cruz. Como hemos mostrado, no lo hizo, pero sí, llevó nuestros pecados, y es por la fe en él y en esa obra expiatoria que hemos sido salvos.