La oración tanto colectiva como en común que hallamos en Mateo 18, está asociada a la promesa del Señor, lo cual le da un gran valor. Por eso no se puede concebir una Asamblea local sin la reunión de oración, tampoco que un creyente no ore individualmente, ya que sería negarse venir a la fuente. Nunca nos cansaremos de repetir lo grave que es que las reuniones de oración no sean más frecuentadas, llegando al punto que, en muchas Asambleas, haya hermanos y hermanas que parecen desinteresarse de tales reuniones.
Ocurre también, desgraciadamente, que los que toman parte de ellas llegan a falsear su carácter, con el riesgo de que los hermanos sean alejados de ellas, en vez de ser atraídos. Perdemos mucho más de lo que nos parece, cuando reducimos la oración colectiva a una rutina donde abundan formulas harto usadas, o cuando incluimos en la oración exposiciones de doctrina, recordando al Señor las verdades de la Palabra, como si quisiéramos enseñárselas. Hacemos discursos interminables y pesados, aunque sean sinceros, que impiden orar a otros hermanos, sean jóvenes o un poco tímidos, ya que no les deja tiempo, o que a causa de nuestra “abundancia” de palabra se muestran desanimados e incapaces de hacerlo. Hemos de aprender a orar más largamente en nuestra intimidad y más sucintamente en la Asamblea. Se ha dicho mucho sobre este asunto, pero parece que lo olvidamos pronto, cayendo de nuevo en estos hábitos, que tan poco agradan al Señor, cada vez que nos arrodillamos en Asamblea. ¡Cuán agradecida y refrigerada queda nuestra alma por la expresión precisa, breve pero ferviente, de necesidades verdaderas, sentidas por todos los corazones!
Es verdad que la reunión de oración no se puede improvisar, ya que supone corazones preparados. Motivos de súplicas considerados de antemano. Hemos de añadir que ella supone una vida llena de amor hacia el Señor y hacia los suyos, así como aquel discernimiento que solo se adquiere por medio de un ejercicio continuo (Hebreos 5:14). Implica además que los hermanos anden de acuerdo (Mateo 18:19), y precisamente esta debería ser la ocasión para poner en regla todo cuanto puede faltar a este respecto.
Por encima de todo, requiere la libre acción del Espíritu Santo “orando en el Espíritu Santo” (Judas 20). No solo nos ayuda en nuestras flaquezas, sino que nos enseña a pedir como conviene y da ánimo para hacerlo en el nombre del Señor Jesús.
La indiferencia respecto a las reuniones de oración y su deformación, son las señales más reveladoras del declive. Reuniones de oración pobres o artificiales hinchadas de largas oraciones ¿No son pruebas de una falta de vida espiritual? Pero de nada serviría si nos limitaremos solo a lamentar lo que no este bien. Es preciso que nos exhortemos mutuamente en hallar el remedio, tan sencillo como eficaz: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). ¿Quién de nosotros no puede dar gracias a Dios por haber hallado, en momentos difíciles, el más poderoso aliento en una reunión de oración, humilde y quizás menospreciable a los ojos de los hombres, y marcadas de toda nuestra debilidad a los de Dios, pero en la cual su gracia nos ha hecho gozar su paz?