¡Magnifico Salvador!

En Marcos 11, de los versículos 1 al 12, se nos narra la entrada de Jesús en Jerusalén. El profeta Zacarías había profetizado sobre este acontecimiento: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zacarías 9:9). Esta profecía halló su cumplimiento en el Señor Jesús. Toda Jerusalén, sí, todo el pueblo de Israel y en especial sus dirigentes, y los escribas y los sumos sacerdotes, debían haber recibido al Salvador enviado de Dios con gozo y alegría en sus corazones. Pero un tal recibimiento no le fue dispensado.

“A lo suyo vino (a Israel), y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Humilde cabalgando sobre un pollino de asna, hizo su entrada en Jerusalén.

Pero esta modestia presentación no satisfacía las ambiciones de los dirigentes, ni de muchas otras personas del pueblo. Sus corazones estaban demasiado llenos de orgullo para poder imaginarse a un Salvador bajo tan humilde presentación. Nuevamente, como tantas otras veces se confirman las benditas palabras del Señor: “Soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29).

No busca la apariencia de engalanados caballos, ni se hace acompañar de un séquito real que llame la atención del pueblo. Solo busca agradar al Padre, en el cumplimiento de su voluntad y de su Palabra.

Si entonces el pueblo de Israel hubiese aceptado al Señor en el poder de la fe, el Hijo de Dios habría establecido su reino sobre la tierra. Pero el orgullo y la incredulidad llenaban los corazones. Solo unos pocos abrieron los suyos al que había sido enviado de arriba. Y a estos pocos, los utilizó Dios para que ofreciesen un testimonio de alabanza a su Amado Hijo. Muchos habían venido a la fiesta de la pascua; también algunos de los que amaban al Señor y creían en él. Leemos: “Toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 19:37-38).

¡Cuánto hubieran querido los ancianos del pueblo ahogar estas aclamaciones de júbilo! ¡Cuán diferente se habían imaginado este día! Pero el Señor rechazó a los fariseos y les respondió: “Os digo que, si estos callaran, las piedras clamarían”. Y cuando se acercó a Jerusalén lloraba, acordándose de la dureza de los corazones no arrepentidos de sus moradores, y se quejó: ¡Oh, si tú conocieses, a lo menos en este día, lo que es para tu paz!” ¡Qué desinterés se mostró entonces hacia él! ¡Cuántos hoy pasan indiferentes y hasta enemigos, sin preguntar por el Señor, ni por la salvación de sus almas! También entre la juventud, hoy hay muchos que no preguntan por el Salvador. ¿Y tú, joven lector? ¿Todavía le mantienes cerrado tu corazón?

El Señor ama a los jóvenes y en especial a los niños. Felices son todos aquellos que le conocen y le han abierto sus corazones, aceptándolo como su Salvador personal. Han reconocido que por sus pecados el Señor sufrió y murió en el ara de la cruz. También saben que sus pecados son perdonados porque han venido a él como pecadores perdidos buscando el perdón. Ellos encontraron la salvación y la paz. – Este Salvador que puede dar tal riqueza y felicidad, ¿es también tu Salvador?