¡Qué revelación! El Señor se reveló a él (Saulo) en el camino hacia Damasco, y aquella visión celestial le dejó ciego para el mundo, pero con los ojos abiertos para la vida espiritual. Pero aquí ya no se trata del Señor revelándose a él, sino que Pablo (antes Saulo) nos habla de Cristo revelado en él. ¡Qué cambio! La imagen de Dios invisible engendrado en él. ¡Qué misterio y que hermosa realidad!
Su Hijo en mí: en la gentileza y dulzura de su gracioso carácter; su Hijo en mí: en su paciencia en los sufrimientos, cual el árbol de sándalo que al leñador que lo corta, le brinda su perfume; su Hijo en mí: en su fidelidad a la verdad y en su deleite para cumplir en toda la voluntad de su Padre.
Pero, además de estas cosas que su Hijo en nosotros ha de revelar, hay otras que la revelación de Cristo en nuestras vidas hará desaparecer. Su Hijo en mí significa la muerte del orgullo y del deseo de buscar lo propio; su Hijo en mí nos evitará caer en la ciénaga, será el desalojo inmediato de los pensamientos impuros y de los motivos de cualquier naturaleza.
El camino de la vida es estrecho y, como dijera un chino convertido, no cabe por ese camino mas que una persona: “Cristo en mí”. Su Hijo en mí es el secreto de la consagración y de una vida de poder y de fruto para Dios. Dijo el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20). Dos personalidades muy diferentes: “Yo” y “Cristo”, pero el apóstol escondía el “yo” y deja que Cristo fuera engrandecido en su vida (Filipenses 1:20-21).
Una misionera en la india recogía una niña huérfana. La niña fue enseñada en la bella historia del amor de Dios y un día, cuando ya tenia seis años, le dijo la misionera: “Niña, di una oración”, y la pequeña, juntando las manos, dijo así: “Querido Señor Jesús, haz que yo sea como tú eras cuando tenías seis años”. Hermosa oración. Que sea también nuestro deseo y que Dios revele a su Hijo en nuestras vidas en tal medida de su plenitud y de su gracia que delante del mundo, en el servicio del Señor y en la intimidad de nuestro hogar, se pueda ver por el lente de nuestra vida, el Señor Jesús, magnificado, ensalzado y glorificado.