Viajaba en la Suiza. Pero no contento con las atracciones turísticas más comunes, se fue solo en busca de paisajes encantadores y curiosidad interesantes más allá de las rutas normales. Y no se desilusionó.
En un lugar, a orillas de un bello lago suizo, se vino sobre una hermosa villa que le trajo muchísimo. Tocando en el portillo del jardín recibió la atención de un anciano jardinero quien desencadenó el portillo y le dio entrada a un extenso y deleitoso parque. Con evidente placer el anciano se ocupó en mostrar al turista los detalles del jardín que tanto trabajo le había costado.
–“¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?”, le preguntó el turista.
–“Veinticuatro años, señor”.
–“Y, ¿cuán a menudo le visita el patrón?
–“En estos veinticuatro años solo ha venido cuatro veces”.
–“¿Cuándo fue la última visita?”.
–“Hace doce años pasó por aquí la última vez”.
–“Me imagino”, siguió preguntando el turista maravillado, “que el patrón le escribe a menudo”.
–“No señor, nunca me ha escrito una carta el patrón”.
–“Y entonces, ¿cómo le pagan?”.
–“Su agente me paga”.
–“Ah, ¿entonces el agente le visita de vez en cuando?”.
–“Jamás ha estado el agente aquí”.
–“Entonces, ¿quién le visita?”.
–“Nadie”, contesto el anciano. “Casi siempre estoy solo. Es muy extraño que aun pase por aquí un viajero”.
–“Pero, usted tiene estos jardines en perfecto orden. Todo está lindo, las flores, el césped, todo. Parece como si usted estuviera esperando que el patrón llegase mañana”.
–“¡Cómo si llegase hoy, señor hoy!”.
Nosotros los cristianos no tenemos la más mínima idea cuándo nuestro «Patrón», el Señor Jesucristo, volverá para revisar nuestras tareas y apreciar nuestra lealtad. Pero debemos estar listos por si acaso llegara hoy. Quizás sea hoy. Mañana no.
“¡Hoy, Señor, hoy!”