Nuestro privilegio es alimentarnos de Cristo día tras día, como siendo Aquel que descendió del cielo para dar vida al mundo. Pero si alguno, olvidando su verdadera posición, quiere hacer provisión para mañana, es decir, quiere reservarse la verdad en vez de usarla para renovar sus fuerzas, seguramente esta verdad se corromperá. Conocer la verdad es una cosa muy solemne, porque no hay ni una sola de las lecciones que profesamos haber aprendido, que no debamos manifestar de una manera práctica. Dios no quiere que seamos teóricos. Oyendo a ciertas personas cuando oran o hablan, haciendo ardientes votos de consagración, uno tiembla con frecuencia, temiendo que cuando llegue la hora de la prueba esas personas no tengan la suficiente energía espiritual para ejecutar lo que sus labios han pronunciado.
Hay un grave peligro cuando la inteligencia se adelanta a la conciencia y a los afectos del corazón. De esto proviene que algunos parecen hacer muy rápidos progresos hasta que lleguen a cierto punto; y una vez llegados allí, se detienen completamente y parecen retroceder. Son semejantes al israelita que recogía más maná del necesario para un día. A primera vista, podía parecer mucho más diligente que los demás respecto a esto; sin embargo, cada grano que recogía además del necesario para cubrir sus necesidades diarias no solamente era inútil, sino que, “crío gusanos”. El cristiano también debe usar lo que tiene; debe alimentarse de Cristo, porque su alma tiene necesidad de él, y esta necesidad nace del servicio activo y actual. Solo a la fe y a las necesidades presentes del alma, son revelados el carácter y los planes de Dios, la excelencia y hermosura de Cristo, así como las vivas y profundas realidades de las Escrituras.
Nuestra porción será aumentada a medida que usemos lo que ya hemos recibido. La vida del creyente debe ser práctica; y en este un gran número de entre nosotros se halla culpable. Sucede con frecuencia que aquellos que avanzan mas rápidamente en la teoría, son los más lentos en la práctica, porque se trata en ellos más bien de un trabajo de la inteligencia que del corazón y de la conciencia. No deberíamos olvidar nunca que el cristianismo no es un conjunto de opiniones o de miras, ni un sistema de dogmas; ante todo y sobre todo, es una realidad divina, una cosa personal, práctica, potente, manifestándose en todos los acontecimientos y circunstancias de la vida diaria, esparciendo su influencia purificadora sobre el carácter y la vida del individuo, aportando sus disposiciones celestes en todas las relaciones en que el hombre puede hallarse delante de Dios. En una palabra, el cristianismo es la consecuencia lógica y natural del hecho de estar unidos a Cristo y ocupados de él. ¡Tal es el “cristianismo” de Cristo! Se puede tener un claro entendimiento de todas estas cosas, ideas correctas, principios sanos, sin tener la menor comunión con el Señor Jesucristo; y una profesión de fe ortodoxa sin Cristo se verá, cuando sea puesto a prueba, que no es más que una cosa fría, estéril y muerta.
Lector cristiano, piense en esto seriamente; no solo es salvado por Cristo, debe vivir también por él. Búsquele “cada mañana”; búsquele a él solo. Cuando alguna otra cosa llame su atención, pregúntese: “¿Hablará esto de Cristo a mi alma?” Si la respuesta es negativa, rechácelo sin vacilar, sí, rechácelo, aunque se presente ante usted bajo el más agradable aspecto y se apoye en la autoridad más respetable. Si realmente tiene deseos de avanzar en la vida divina, de progresar espiritualmente, de conocer a Cristo personalmente, entonces, entre en sí mismo respecto a este asunto. Haga de Cristo un alimento habitual. Vaya, recoja el maná que desciende sobre el rocío y nútrase de él con el apetito estimulado por una marcha vigilante con Dios a través del desierto. Que la rica gracia del Señor le fortifique abundantemente para todas estas cosas, por medio del Espíritu Santo.