Los indígenas indonesios saben que un mono no soltará jamás algo que desea poseer, aun corriendo el riesgo de perder su libertad. Para cazarlo, perforan la cascara de un coco, justo lo suficiente para que el mono pueda introducir la mano. Dejan caer una piedra adentro de la fruta y luego se esconden, provistos de una red. Tarde o temprano llega algún mono curioso que se apodera del coco, lo sacude, busca ver el interior, finalmente introduce la mano por el agujero y trata de tomar la piedra. Pero cuando quiere sacarla, descubre… y un mono no abandonará nunca lo que imagina ser una cosa preciosa. Así resulta sencillo capturarlo.
Nada más fácil en el mundo que atrapar a alguien que actúa de esa manera. Esto lo sabe de sobra el enemigo de las almas (el Diablo) que toma cautivos a los pecadores, dejando a su alcance lo que más valioso les parece. ¿Qué es lo que le cuesta dejar, amigo lector, para aceptar la salvación en Cristo? ¿El tiempo que necesitaría para pensar en las cosas divinas y que emplea en correr detrás del dinero, de un más alto cargo o de mejores relaciones sociales? ¿Su orgullo de hombre moderno que desprecia esa creencia anticuada? ¿Su pasión por los deportes o por algo menos decoroso, como las bebidas, las drogas u otra “esclavitud de corrupción”? (Romanos 8:21).
El enemigo de las almas no solo acecha a los que no han aceptado aún a Cristo como su Salvador. Aunque es cierto que, por su muerte en la cruz, Jesús lo ha despojado de su poder de causar la perdición de los creyentes, sin embargo, aún ronda en derredor de ellos para trata de interrumpir su comunión con Dios o impedir que le sirvan con valentía y eficacia.
Y ¿qué clase de piedra les pone en la trampa? Para unos, puede ser el convencimiento de su falta de conocimientos bíblicos, para otros puede ser el temor a lo que dirán los demás si les hablan de la salvación por Jesús; o quizás el temor a un cambio en sus cómodas costumbres cuando el Señor les pida el completo don de sí mismos; o la duda en cuanto a la posibilidad de que Dios haga a su favor lo que parece imposible. Sin embargo, no hay nada que pueda engendrar tanta decisión por Dios y tanta perseverante fuerza como el tener conciencia de que obramos para Dios y que él está con nosotros. Esto quita cualquier impedimento de nuestro camino, eleva el alma por encima de influencia humanas y la transporta en el dominio de una fuerza que lo puede todo. Si tenemos la certidumbre de que la mano del Señor nos acompaña y si permanecemos sujetos a su voluntad, no hay piedra que pueda apartarnos del camino en el cual Dios quiere conducirnos a su servicio.