Los dos testigos representan el testimonio suficiente dado por el piadoso remanente durante la tribulación final. Se presentan con los caracteres de Elías y Moisés, los cuales, en tiempos sombríos de la historia de Israel, asumieron también un testimonio según Dios. En respuesta a la oración del primero, el cielo permaneció cerrado durante tres años y medio (v. 6; Santiago 5:17; comp. el v. 5 y 2 Reyes 1:10, 12). El segundo recibió el poder de cambiar las aguas en sangre (la vida en muerte: Éxodo 7:19) y de herir la tierra con toda clase de plagas. Estos fieles serán ajusticiados en Jerusalén por la bestia del capítulo 13 versículo 1 y serán consolados al pensar que en ese mismo lugar, antes que ellos, su “Señor fue crucificado” (Lucas 13:33-34). Su martirio será seguido por una deslumbrante y pública resurrección para consternación de sus perseguidores.
Finalmente suena el último ¡ay! Con él llegarán dos cosas: el reinado del Señor (v. 15) y también su ira (v. 18; Salmo 110:5). En el capítulo 6:17, los hombres creían, espantados, que la ira del Cordero había llegado. Pero ésta ha sido contenida hasta el momento en el cual Cristo tome el gobierno del mundo. Entonces el cielo prorrumpirá en cánticos de triunfo; los santos se prosternarán y adorarán a Aquel que fue crucificado (v. 8), quien reinará de ahí en adelante por los siglos de los siglos (Lucas 1:33).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"