Este capítulo aparece como un paréntesis entre el sexto y el séptimo sello. Antes de adelantarse más en sus propósitos judiciales, Dios aparta y sella a los que le pertenecen. Un primer grupo (v. 4-8) está formado por judíos de las diferentes tribus. Constituye ese remanente fiel cuyos sentimientos nos revelan los salmos. La segunda clase de personas se compone de una multitud de entre las naciones que habrá creído el Evangelio del reino (v. 9…). Al presentarnos ya ahora a esos fieles, es como si Dios nos dijera: «Esos castigos no son para ellos; atravesarán la prueba bajo mi protección». Del mismo modo, durante la noche de Pascua, los israelitas fueron identificados y puestos al abrigo de los golpes del ángel destructor por la sangre del Cordero (Éxodo 12:13). En esa misma sangre esos creyentes salidos de “la gran tribulación” habrán lavado y blanqueado sus ropas (v. 14). Su salvación, así como la nuestra, está asegurada por la preciosa sangre de Cristo. Luego, el mismo Cordero que los habrá purificado los pastoreará, los protegerá y los guiará a fuentes de agua de vida (Isaías 49:10). Dios mismo enjugará sus lágrimas. ¡Qué promesas! ¡Éstas vienen a consolarlos de antemano con vistas a una angustia sin precedente!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"