Si a veces la severidad de los juicios de Dios nos asombra, es porque no sabemos subir (por la fe) al cielo. Al oír celebrar la perfecta santidad de Dios (cap. 4:8) y contemplar en el Cordero inmolado a la vez el amor divino y el desprecio de ese amor por parte del hombre rebelado, podríamos comprender cuán justo, merecido y necesario es el juicio. Además verificaríamos que nada se debe al azar. Dios tiene el control de todo lo que ocurre en la tierra. Sus designios judiciales no solo están descritos de antemano en este libro simbólico (cap. 5:1), sino que cada uno se produce en el preciso momento para el cual él lo decretó, cuando el sello es abierto por el Cordero. La apertura de los cuatro primeros sellos hace surgir otros tantos jinetes. Representan respectivamente la conquista territorial, la guerra civil, el hambre y las calamidades mortales que se sucederán en la tierra (comp. v. 8; Ezequiel 14:21). Cuando el quinto sello es desatado, una compañía de mártires aparece, implorando al Dios soberano que les haga justicia. El sexto sello es como la respuesta a su clamor. Sugiere una terrible revolución; todas las autoridades establecidas son derribadas. ¡Cuán extraño suenan estas palabras juntas en la frase: “La ira del Cordero”! (v. 16; Salmo 2:12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"