Una pregunta mantiene al universo en suspense: “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?”. Dicho de otro modo, ¿quién ejercerá el juicio? Uno solo puede hacerlo: Aquel que está sin pecado (comp. Juan 8:7) y ha vencido, por su misma perfección, a Satanás y al mundo. Cristo es este “León de la tribu de Judá”, ya mencionado en Génesis 49:9. Pero, inmediatamente después, es visto bajo la apariencia de un
Cordero como inmolado.
Para triunfar sobre el enemigo, para llenar el cielo de una multitud de criaturas felices y agradecidas, fue necesaria la cruz de Jesús. Su sacrificio es recordado al corazón de todos los santos de la manera más conmovedora. En ese cielo, donde todo habla de poder y majestad, el recuerdo permanente de la humillación de nuestro amado Salvador hará el más asombroso contraste. Su humildad, su mansedumbre, su dependencia, su paciencia… todas esas perfecciones morales que Jesús manifestó en este mundo nunca dejarán de ser visibles y nos darán la medida de su amor por la eternidad.
Entonces, al nuevo cántico entonado por los santos glorificados le responderá el universal eco de todas las esferas de la creación: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (v. 12).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"