A diferencia de otros profetas, Jonás nos enseña menos por medio de sus palabras que por su pasmosa historia. En otros tiempos había anunciado la restauración de la frontera de Israel, lo que era una buena nueva para su pueblo (2 Reyes 14:25). Helo aquí, ahora, encargado de una misión que le desagrada: proclamar el castigo de Nínive, la gran metrópoli pagana, tan culpable ante Dios. Jonás la esquiva y huye “de la presencia del Señor”. ¡Camino de propia voluntad! A un siervo de Dios no le cabe escoger ni su mensaje, ni su lugar de trabajo. ¿Cómo escapar a Aquel que todo lo ve y que dispone de los elementos para detener al desobediente? (Lucas 8:25). Notemos que Jonás no cesa de descender (v. 3, 5; cap. 2:3, 6), primeramente por un camino placentero (significado de Jope), pero que lleva a la destrucción (significado de Tarsis). Y ahora, después de haber bajado al fondo de la nave, duerme durante la furiosa tempestad. Es necesario que el patrón de la nave lo arranque de su inconsciencia.
Ser llamado al orden por el mundo, ¿hay algo más humillante para un hijo de Dios?
Proféticamente, este relato nos muestra a Israel, infiel a su misión, objeto del castigo de Dios, echado al mar de los pueblos para salvación de las naciones (representadas por los marineros; véase Romanos 11:11-15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"