Después de la iniquidad religiosa del pueblo de Jerusalén, revelada en el capítulo 8, los versículos 1 a 12 denuncian el pecado de sus jefes políticos. Jehová se dispone a confundir sus consejos y su prudencia y da la prueba de ello hiriendo de muerte a uno de esos hombres, mientras Ezequiel se dirige a ellos.
“¿Destruirás del todo?” –pregunta el profeta angustiado. No, porque aun sin aguardar la completa dispersión del pueblo, Jehová ya habla de su restauración y de su congregación; él le dará “un (solo) corazón… un espíritu nuevo… un corazón de carne” (v. 19).
Y antes de retirar por completo su gloria de ese santuario contaminado que ha de ser destruido, les promete que él mismo será “por pequeño santuario” a cada uno de aquellos que guarden la fe en él.
¡Maravillosa gracia de Dios! El recurso de 1 Reyes 8:48 va a faltar, pero, por más lejos que estén de Jerusalén por su culpa, lo mismo podrán hallarle y adorarle. Desde entonces, este pensamiento y esta experiencia ¡qué consuelo han proporcionado a innumerables creyentes aislados! La visión de Ezequiel en Jerusalén se acaba con la partida de la gloria, del mismo lugar en que los discípulos contemplarán la ascensión del Señor Jesús (v. 23; Hechos 1:12). Luego, el espíritu del profeta es llevado de vuelta a Caldea.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"