Ezequiel pudo comprobar con sus propios ojos de qué vil manera había sido pisoteada la gloria de Jehová. ¡Por eso, ahora puede entender cuán justificado es el castigo! Y este castigo está ante la puerta (v. 2).
Pero a Dios no se le ocurre hacer perecer al justo con el impío
(Génesis 18:25).
En medio de los seis hombres armados con instrumentos de destrucción se halla un séptimo que tiene en su mano un instrumento de gracia: el tintero de escribano, el que, por orden de Jehová, va a servir para marcar la frente de todos aquellos a quienes el pecado les hace clamar y gemir (comp. Apocalipsis 9:4. La T –última letra del alfabeto hebreo– servía como señal y firma: Job 31:35, V. M.) El varón vestido de lino nos hace pensar en el Señor Jesús. En la gran cristiandad invadida por el mal y a punto de ser juzgada, él puso su sello, el Espíritu Santo, sobre todos los que le pertenecen: divina señal mediante la cual Dios reconoce a sus hijos. Cuando todos los fieles han recibido la señal protectora, se puede dar la orden de destrucción a los vengadores. Y el juicio debe caer primeramente sobre el elemento más responsable: el santuario contaminado que Ezequiel había visitado (v. 6; comp. 1 Pedro 4:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"