En una nueva visión, Ezequiel es transportado a Jerusalén, donde Dios le revela las horribles cosas que se hacían secretamente en su santuario. “La imagen del celo” (o ídolo del celo), primer objeto que ve, recuerda aquella que Manasés ya había colocado en el templo (2 Reyes 21:7; 23:6; comp. Mateo 24:15). Luego, cavando en la pared, sorprende, no al desecho del pueblo, sino a sus ancianos en las tinieblas, ocupados en venerar toda clase de “bestias abominables”. Se las ha comparado con los impuros frutos de nuestra imaginación, cultivados en los más oscuros rincones de nuestros pobres corazones, los que pueden ser así verdaderas “cámaras pintadas de imágenes”. En medio de esos idólatras oficiaba cierto Jaazanías… ¡hijo del fiel Safán! (véase 2 Crónicas 34:8, 15 y sig.)
Jehová muestra aún a Ezequiel mujeres que endechan a Tamuz, un ídolo repugnante, y finalmente a veinticinco hombres, que representan a las veinticuatro clases del sacerdocio con el sumo sacerdote mismo, postrados ante el sol (comp. Deuteronomio 4:19; 32:16).
Notemos que es Dios quien descubre el mal ante las miradas de los suyos. Solo él, esclareciendo nuestra conciencia, puede darnos la justa apreciación del mal al mostrarnos cómo ese mal menoscaba su propia gloria.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"