Notemos el nombre que Jehová da a su siervo: “hijo de hombre” (o hijo del hombre: uno de los títulos del Señor Jesús, de quien Ezequiel es figura). Ese nombre sugiere que se trata de un elegido entre los hombres, de un representante calificado para hablar en nombre de la desfalleciente raza humana (véase Eclesiastés 7:28).
Jehová, después de haber anunciado la devastación en el capítulo 6, declara solemnemente en el capítulo 7 que ha llegado el día fatal, el día de su furor. Su gran paciencia para con el pueblo culpable duró muchos siglos. Se acaba después de innumerables advertencias.
Pensamos en esta paciencia de Dios que todavía hoy se ejercita para con un mundo que crucificó a su Hijo.
Pero también ella cesará en el “día de la ira”, incomparablemente más terrible (Romanos 2:5). Este capítulo solo nos da una débil imagen de él. Los hombres están sobrecogidos de terror (v. 17-18). La plata y el oro, todopoderosos hasta entonces, dejan de tener curso. Se los arroja como una impureza a las calles; por fin se percibe que no pueden saciar a las almas. Y ante todo, no podrán liberar a nadie en ese día, porque Dios solo acepta como rescate del hombre perdido la preciosa sangre de Cristo (v. 19; comp. Proverbios 11:4; 1 Pedro 1:18-19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"