Una vez más Jehová advierte a Jeremías que Él no puede aceptar su intercesión. Tampoco Moisés ni Samuel, cuyas vidas de oración y cuyo amor por Israel conocemos, podrían haber hecho nada en el estado en que se encontraba ese pobre pueblo (véase Salmo 99:6). Jeremías está al borde de la desesperación (v. 10). Apela a Dios como testigo de su fidelidad:
Fueron halladas tus palabras, y yo las comí
(v. 16 comp. Salmo 119:103).
Efectivamente, el libro de la ley había sido hallado en el templo y el joven sacerdote había encontrado delicias en él. Hijos de Dios, es de desear que, como Jeremías, podamos hallar todos los días en la Biblia el alimento para nuestra alma y, al mismo tiempo, el gozo de nuestro corazón. Pablo recordaba a Timoteo que un siervo de Jesucristo debe estar nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina (1 Timoteo 4:6).
Jehová anima a su fiel pero temeroso testigo, quien, por él, sufre “afrenta” (v. 15; Salmo 69:7) y le promete librarle. Le invita a separar lo precioso de lo vil. Un discípulo de Jesucristo debe tener una conciencia delicada para discernir el bien y practicarlo y para juzgar el mal y separarse de él (comp. 1 Pedro 3:10-12). Solamente con esta condición podrá hablar como la boca y el oráculo de Dios (v. 19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"