Dios habla a Israel no solo mediante la voz del profeta, sino también al enviar la sequía y el hambre. El profeta confiesa las iniquidades de su pueblo –por desgracia es el único en hacerlo– y suplica a Jehová por él. A causa de su amor por ese pueblo no puede dejar de orar por él. No tiene ningún argumento en que apoyar su ruego. Entonces le pide a Dios, v. 7, 20-21:
Actúa por amor de tu nombre
(comp. Ezequiel 20:9; Daniel 9:19).
Ese es el más elevado motivo para pedir a Dios que intervenga. En su tiempo también Josué apeló a ese mismo argumento: “¿Qué harás tú a tu grande nombre?” (Josué 7:9). De nuestro lado todo es miseria. ¿Qué podemos invocar para hacer actuar el brazo de Dios? Solo una cosa: el nombre de Jesús. Él mismo nos reveló el maravilloso poder de ese nombre (Juan 15:16). El Padre no puede dejar de responder a las oraciones que se le dirigen en ese nombre al que ama. Y, “si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
Los versículos 13 a 19 hablan de falsos profetas que tranquilizan al pueblo por medio de mentiras. Ellos mismos soportarán, con los que los escuchan, el castigo en el cual se rehusaron a creer.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"