Este capítulo 12 nos relata una conversación que mantiene Jehová con Jeremías. Esta vez no se trata de una oración del profeta en favor de Israel, sino de dolorosas preguntas que le oprimen el corazón y que él expone a Dios debido a la amargura de su alma. Los hombres de la ciudad de Anatot, sus conciudadanos, hasta le habían amenazado de muerte si no se callaba (cap. 11:21). Por el versículo 6 nos enteramos de que aun su propia familia había obrado pérfidamente y había dado “gritos” en pos de él (comp. Lucas 4:24-26). Había motivo para hacerle perder el ánimo, pero Jehová comprende la turbación de su siervo (¿no lo había traicionado su propio pueblo?) y le explica lo que Él está obligado a hacer: abandonar el templo contaminado, desamparar a Israel –su herencia– y entregarlo a sus enemigos (v. 7). Se puede pensar cuáles son los sentimientos de Dios al tomar semejantes decisiones. Para que los podamos sopesar, emplea la más conmovedora expresión para referirse a su pueblo: “lo que amaba mi alma”.
Las naciones obraban como malos vecinos; tendrán que soportar las consecuencias. Sin embargo, Dios todavía tenía en reserva bendiciones para Israel y también para esas naciones con tal que aprendieran Sus caminos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"