Si bien existe un antiguo y buen camino por el cual hemos de preguntar (cap. 6:16), hay otro que debemos guardarnos de aprender (v. 2): el de las naciones o, dicho de otro modo, el del mundo. De hecho, todos nuestros contactos con este tienden a impregnarnos de sus maneras de vivir y de pensar. Evidentemente, no podemos sustraernos a sus contactos y algunos de entre nosotros están más particularmente expuestos a ello a causa de sus ocupaciones. Pero, en todo caso, no sintamos ninguna curiosidad ni interés por estas cosas “que están en el mundo” (1 Juan 2:15). El ejemplo de Dina, en Génesis 34:1, constituye una seria advertencia. Desconfiemos de ciertas compañías, de ciertos libros dispuestos a instruirnos acerca de ese peligroso camino. No ignoramos adónde conduce a los que lo siguen (Mateo 7:13). Lo que caracteriza a las naciones del tiempo de Jeremías (lo mismo que al mundo actual) es servir a los ídolos. Dios declara lo que piensa de ellos y lo hace decir a esas naciones en su propio idioma en el versículo 11 (este versículo está escrito en arameo).
El versículo 23 nos recuerda una doble verdad: el día de mañana no nos pertenece para disponer de él (Santiago 4:13). Y no somos capaces de dirigir nuestros propios pasos. Jeremías lo sabía. ¿Lo hemos aprendido cada uno de nosotros?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"