Como en el tiempo de Jeremías, el pueblo de Dios cuenta hoy con muchos heridos de muerte (v. 1). Si los conocemos, presentémoslos en oración al gran Médico que tiene el poder de curarlos (cap. 8:22).
Este capítulo 9 expresa el indecible dolor del profeta. El hecho de hablar severamente a ese pueblo no le impide sentirse extremadamente afligido por él. Ciertamente sufre al pensar en el estado de Israel y en el castigo que le amenaza, pero ante todo a causa de la deshonra proyectada sobre el nombre de Jehová. Si amáramos más al Señor, también tendríamos más tristeza al ver la ingratitud y la indiferencia que tan a menudo responden a su amor.
Meditemos acerca de los importantes versículos 23 y 24 (citados en 1 Corintios 1:31). Es propio de la naturaleza de cada uno sentirse orgulloso de su capacidad y vanagloriarse de lo que posee. El deportista hará resaltar sus hazañas, sus músculos y su agilidad; el buen alumno, sus éxitos escolares; el automovilista, su vehículo más poderoso que el de su vecino.
Pero la única cosa de la cual Dios permite que nos gloriemos es la de conocerle
(v. 24 comp. Salmo 20:7; 2 Corintios 10:17).
¿Apreciamos en todo su valor nuestra relación con el Señor Jesús? ¿O a veces nos ocurre que nos avergonzamos de ella?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"