Jehová envía a Jeremías a la puerta del templo para pronunciar allí un severo discurso, porque el pueblo de Jerusalén, pese a su rebelión, se ufanaba ruidosamente de poseer “el templo de Jehová” y seguía practicando en él un culto puramente formal. ¡Qué inconsecuencia! Lo que le daba valor al templo ¿no era Aquel que lo habitaba? (Mateo 23:21). Pero ellos lo negaban por medio de sus malas acciones, de las cuales el versículo 9 nos da una horrible lista. Pisoteaban casi toda la ley de Dios sin temer ponerse delante de Él en su casa (v. 10). Hacían de esta una cueva de ladrones (v. 11, citado por el Señor) y la contaminaban con sus abominaciones (v. 10). La cristiandad nominal ofrece hoy el mismo doble cuadro: respeto por las formas exteriores, pero trágica ausencia de vida interior (Apocalipsis 3:1). Y cada uno de nosotros, si no velamos, estamos expuestos a ese peligro: contentarnos con las formas de la piedad y negar su eficacia… la cual es el amor por el Señor (2 Timoteo 3:5). Dios quiere realidad en nuestras vidas. Es una ofensa que se le infiere cuando se presume de tener relaciones con él sin previamente haberse separado del mal.
Mucho tiempo Jehová habló y el pueblo rehusó escucharle. Ahora Él es quien rehúsa oír, aun la oración del profeta (v. 16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"