Poco a poco, el profeta cambia de tono. A los acentos del amor divino les suceden los de la ira. Jehová se dispone a “visitar” a su pueblo con juicio (v. 6, 15; Isaías 10:3). Se servirá de un enemigo que viene del norte (v. 22), como lo predecía la olla hirviente del capítulo 1, lista para verter su temible contenido e inundar la tierra de Israel. Pero un nuevo llamado de gracia se intercala entre esos castigos. Escuchémoslo, pues se dirige a cada uno de nosotros:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma
(v. 16; cap. 7:23).
Esas antiguas sendas de fidelidad y separación del mundo no son las más fáciles; a veces uno camina solo en ellas. Pero son las seguras sendas antiguas, trazadas y verificadas por los que nos precedieron, «sendas de fortalecimiento en las que la felicidad abunda, en las que todo es paz pese a la aridez del lugar». Rehusemos los caminos más anchos y agradables que se nos ofrecen. Busquemos con cuidado ese “buen camino”, esas “sendas de justicia” (Salmo 23:3) y de verdad, en nuestra guía: la Palabra de Dios. ¡Y andemos en ese camino!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"