Pese a la existencia de hermosas profesiones de fe, sería dificultoso hallar en Jerusalén alguien que hiciera justicia, que buscase verdad (v. 1; véase también Ezequiel 22:30). El Dios de misericordia estaría dispuesto a perdonar a la ciudad culpable a causa de un solo hombre (v. 1; comp. Génesis 18:23 y sig.) Por desgracia, esa fidelidad agradable a Dios no se halló entre la gente del pueblo ni entre los grandes, mejor instruidos y, por ende, más responsables (comp. Salmo 62:9). El final del capítulo lo confirma tristemente, como así también toda la historia de Jeremías.
“Son pobres, han enloquecido” (v. 4). ¿No es lo mismo que se puede decir de las multitudes que hoy van inconscientemente a la perdición?
En vano Jehová castigó a su pueblo. “No les dolió… no quisieron recibir corrección… no quisieron convertirse” (v. 3; Sofonías 3:2). ¿Qué puede hacer un médico cuando su enfermo, con el pretexto de que no sufre, rehúsa tomar sus medicamentos? Nunca esquivemos esa necesaria corrección. Y conservemos una muy sensible conciencia para lo que el Señor quiere decirnos por este medio. Si no “¿qué, pues, haréis cuando llegue el fin?”, pregunta el profeta (v. 31).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"