Esta nueva y gran división del libro empieza mostrándonos al pueblo que ayuna y se aflige. Ya que Dios mira precisamente al que es quebrantado y humilde de espíritu (cap. 57:15; 66:2), es dable preguntarse qué es lo que Él halla de criticable en esto. Los versículos 3 a 7 nos lo enseñan:
Dios no se contenta con simples formas religiosas exteriores ni piadosas declaraciones;
no tienen nada que ver con el fruto de labios que Él mismo produce. Por la boca de otro profeta, nos pregunta a todos directamente: “¿Habéis ayunado para mí?” (Zacarías 7:5). Pero, ¡ay! detrás de una hermosa fachada de piedad, ¡cuántas cosas pueden hallarse!: la búsqueda de nuestro propio gusto, aun durante el santo día del Señor, la dureza y el egoísmo, las contiendas y las querellas (v. 3-4), los juicios y las críticas (“el dedo amenazador”) así como el raudal de vanas palabras (v. 9, 13).
Las verdaderas exigencias de Dios son estas: En primer lugar, que rompamos con las costumbres pecaminosas, esas ligaduras que nos retienen bajo el poder del Enemigo (v. 6; Daniel 4:27). Luego, que practiquemos el amor en todas las oportunidades que se nos presenten (v. 7, 10). ¡Cuán hermosas promesas están ligadas a semejante andar!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"