La eterna seguridad del creyente
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano.
(Juan 10:27-28)
Me propongo decir algunas palabras sobre este pasaje de las Escrituras y pasar luego a considerar dos o tres versículos más de la Palabra de Dios, pasajes sobre los cuales se discute mucho y que son citados muy a menudo por los que no creen que los que son salvos lo son para siempre. Cuando recurrimos a las Escrituras debemos examinar los distintos lados de la cuestión.
Es conocida la historia de los dos hombres que disputaban acerca de una moneda. Mientras el uno sostenía que era de oro, el otro afirmaba que era de plata. Comenzaban ya a lanzarse miradas siniestras y a usar un lenguaje descortés, cuando apareció un tercero y les preguntó por el motivo de la disputa. «Esta moneda es de oro, y este hombre sostiene que es de plata», dijo el uno; el otro, muy airado, contestó: «Esta moneda es de plata, y este hombre insiste en afirmar que es de oro». Entonces el tercero dijo: «Los dos tienen razón, solo que el uno mira una cara y el otro la otra; la moneda es de oro por un lado y de plata por el otro».
Vamos, pues, a examinar nosotros la cuestión de la salvación por los dos lados, y al final llamaré la atención de ustedes acerca de algunos textos de la Escritura que tratan de este asunto y que muy a menudo son mal interpretados por los creyentes.
La Biblia, semejante a un arco
Para comenzar (me dirijo a aquellos que confían en nuestro Señor Jesucristo para la salvación de sus almas) diré que no avanzaremos ni un solo paso en lo que se refiere a nuestras almas si no creemos firmemente que este Libro, la Biblia, es el Libro de Dios, divinamente inspirado desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Este Libro es semejante a un arco: quítenle una sola piedra y todo el arco caerá. No podemos eliminar un solo libro de los que forman la Biblia sin dañar todo lo restante. ¿Un libro, dije?: ¡ni siquiera un solo versículo! Solo el que conoce bien el Antiguo Testamento podrá comprender el Nuevo. No es posible entender la epístola a los Hebreos sin tener conocimiento de los cinco libros de Moisés, ni es posible comprender la epístola a los Romanos sin estudiar la Ley y la historia de los hijos de Israel.
Las Escrituras no pueden contradecirse
Así sentados estos principios, damos por aceptado que las Escrituras no se contradicen a sí mismas; que es completamente imposible que un versículo contradiga a otro; aunque, si se juzga con ligereza, así lo parezca en algunos casos. Los incrédulos buscan contradicciones en la Biblia y a menudo encuentran un punto en el que creen que existe una. Leemos, por ejemplo, que una profecía dice que el rey Sedequías sería llevado cautivo a Babilonia (Jeremías 32:4), mientras que otra dice del mismo rey que jamás vería a Babilonia (Ezequiel 12:13). Los incrédulos exclaman entonces: «¿Puede ir Sedequías a Babilonia y, al mismo tiempo, no verla?». Sin embargo, esta objeción, que les parece incontestable, tiene una explicación sumamente sencilla: Sedequías fue hecho prisionero y llevado cautivo, mas el rey de Babilonia mandó arrancarle los ojos, de manera que fue llevado allí en cautiverio, pero no vio la tierra (2 Reyes 25:6-7). Por lo tanto, en este como en otros puntos que puedan citarse, no existe contradicción.
Aquellos que van a Jesús con fe, y esperan en él, han de progresar. Muchas veces los cristianos recién convertidos quieren comprender toda la Biblia de una vez. Que estén agradecidos por lo que comprenden, que procuren instruirse cada día más y que confíen en que Dios les enseñará su voluntad y sus propósitos.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios”
Tengamos la certeza de que es así, desde el primero hasta el último versículo. Hemos leído algunos versículos del capítulo 10 del evangelio según Juan y podemos estar seguros de que ninguna otra parte de la Escritura contradice estas dulces palabras salidas de la boca de nuestro Señor Jesús.
¿Cómo se estudia muchas veces la Biblia? Se nota que un versículo parece estar en oposición con otro, y al hallar un tercer versículo que parece clarificar el sentido del segundo, se comparan los tres. Luego se deduce lo que suele llamarse el sentido general. Sin embargo, no es siempre así cómo se debe proceder. Aunque cada versículo de las Escrituras puede responder por sí. Es peligroso aislar un texto de su contexto. La Revelación constituye un todo. El sentido de un pasaje debe buscarse de acuerdo con las verdades conocidas del Libro Santo.
En esto vemos lo que distingue a las ovejas del Señor Jesús: oyen su voz y le siguen.
Venid a mí, confiad en mí
Muchos de mis lectores seguramente han oído ya la voz del Buen Pastor y desean seguirle. Mirando hacia atrás, recuerdan el tiempo en que no les importaban estas cosas, ni las comprendían, ni deseaban comprenderlas, pero más tarde la gracia de nuestro Señor Jesucristo conquistó sus corazones y un día oyeron su voz que les decía: Venid a mí, confiad en mí. Y cada uno de ustedes dijo: «Señor, oigo tu voz y busco tu gracia para seguirte». Desde aquel instante no siguen ciertos credos, siguen a Cristo; no siguen teorías, sino a una Persona.
Sobre una cosa no discuten los cristianos: todos están de acuerdo acerca de Jesús. Su Nombre hace vibrar la cuerda sensible de sus corazones, sean quienes sean y estén donde estén. Hay algunos que hace pocas semanas oyeron por primera vez la voz del Buen Pastor. Quizás algunos han sido atormentados por dudas y temores, ¿quién sabe? Con todo, sepan que sus incertidumbres son muy comunes y propias de todos los países del globo. He estado en ambos lados del Atlántico y en todas partes he oído lo mismo. Nuestro corazón es muy engañoso y el diablo es muy astuto y procura inducirnos a mirar lo de dentro cuando deberíamos mirar lo de fuera. El corazón humano es igual en todo el mundo.
Examinemos la Palabra de Dios y que sus palabras, revestidas de suprema autoridad, sean así recibidas por nuestras almas.
¿Qué dice el Buen Pastor referente a sus ovejas?
“Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás”
¿No es esto suficiente para reanimarles? Quizás algunos abriguen el temor de que un día carezcan de esta bendición. ¿Oyeron la voz del Señor Jesús y procuran seguirle? Escuchen, pues: “Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás”. ¿No basta esto para dar ánimo a sus almas? El Buen Pastor dio su vida por sus ovejas, lo cual es una seguridad; pero tenemos todavía otra seguridad en la que podemos confiar. ¿Están ustedes preguntándose qué quiero decir con esto? Pues bien, Él murió en la cruz para salvarles, pero vive ahora en la gloria por ustedes. Leemos en Romanos 5:10: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. El Señor Jesucristo está vivo para salvarnos y, como acertadamente dijo un viejo cristiano: «Un pastor muerto no puede llevar en sus hombros las ovejas; para esto es necesario un pastor vivo”. Cristo, quien murió en la cruz, vive ahora en la gloria para sus ovejas. Se ocupa en llevar las ovejas, en sus poderosos hombros, hacia las regiones celestiales. Da a sus ovejas la vida eterna, y no perecerán jamás.
Creer en el nombre del Hijo de Dios
Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna
(1 Juan 5:13).
Vamos a esclarecer este punto valiéndonos de una comparación. Supongamos que mañana, al despertar, usted se encuentre con una carta en cuyo sobre están escritas estas palabras: “A vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios”. Lee aquella extraña dirección. ¿Tiene usted derecho a abrirla? La carta va dirigida a los que creen en el Hijo de Dios. ¿Puede abrirla sin cometer una violación, sí o no? ¿Cree en el nombre del Hijo de Dios? ¿Puede decir: «Sí, creo en él de todo corazón»? Si es así, abra la carta, pues está dirigida a usted. Contiene la voluntad de Dios, lo que dice a cada alma; léala.
“Estas cosas os escribo a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna”. ¡Cuán sencillo es, y cuán bendito!
Muchos leen equivocadamente: «Para que esperéis que algún día, por la misericordia de Dios, tengáis vida eterna». Sin embargo, no puede existir error en las promesas de Dios.
Había un operario que se ocupaba en transportar ladrillos al piso alto de una casa en construcción. Se hallaba cargado y listo para subir la escalera, cuando pasó el cartero, lo llamó por su nombre y le entregó una carta dirigida a él. El hombre dejó en el suelo su carga, abrió la carta y vio que estaba firmada por un notario.
La carta comenzaba con un “Muy distinguido señor mío” y, después de un corto preámbulo, le notificaba la muerte de un pariente lejano que le legaba una considerable cantidad de dinero. Como ya dicho, la veracidad del contenido de la carta estaba garantizada por una firma respetable.
El obrero, no pudiendo contener el efecto causado por la grata nueva, arrojó su gorra al aire y exclamó: «¡Qué felicidad! ¡Ya no tengo necesidad de estar aquí arrastrando esta vida de fatigas! Ahora soy rico; no me verán más acarreando ladrillos». Creyó lo que la carta le decía y abandonó su trabajo. No tenía ni una moneda en su bolsillo, pero había recibido la agradable noticia de su fortuna, y le daba crédito.
Dar crédito a la carta de Dios
Ustedes tienen una carta enviada por Dios y, sin embargo, desde hace muchos años están llevando una carga de dudas y temores. Lean por favor esta carta. ¿Pueden darle crédito? Si es así, arrojen al suelo su carga y digan: «No la volveremos a cargar. En vez de ser miserables pecadores, somos hijos de Dios». Porque la carta que les envía dice: “Para que sepáis que tenéis vida eterna”. ¡Qué fortuna! No puede haber en esto engaño alguno.
Reflexionemos acerca de una cosa todavía mejor. El Señor dice: “Ni nadie las arrebatará de mi mano”, y más adelante añade: “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:29-30). Estamos en las manos del Hijo y en las manos del Padre. ¿No es esto consolador? Atiendan ustedes a esta afirmación: Poseemos una doble seguridad divina: estamos en las manos del Padre y en las manos del Hijo.
Se dice que debemos tenderle nuestra mano a Cristo. Me parece que es Cristo quien nos tiende su mano. Estamos en las fuertes manos del Pastor. Cristo dice: “Yo y el Padre uno somos”: uno en amor, uno en sabiduría, uno en cuidado para sus ovejas. Esto no deja lugar a dudas ni a recelo alguno en el corazón del más tímido creyente.
La salvación sin obras
Examinemos ahora el otro lado de la cuestión. Algunos preguntan: «¿No hay un versículo en Filipenses que dice: “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”? (cap. 2:12); ¿cómo se explica esto?». En primer lugar, debemos observar que estas palabras se encuentran en la epístola a los Filipenses. ¿A quiénes va dirigida? A los cristianos de Filipos (el carcelero, Lidia, la muchacha que había estado endemoniada, y otros; véase Hechos 16). Por consiguiente, este ruego no se dirige a los incrédulos para incitarles a obrar o a trabajar con el fin de obtener la salvación, sino a cristianos, a quienes se les exhorta a disfrutar de su salvación. Si tuvieran que trabajar para obtener la salvación, no podría decirse que ya les pertenecía, como lo expresa la Escritura, al decir “vuestra”: “ocupaos en vuestra salvación”, y más adelante: “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v. 13). Muchas personas interpretan mal este pasaje, considerándolo como un aviso dirigido a los incrédulos para que trabajen a fin de obtener su salvación; pero no es así. Es una exhortación dirigida a los cristianos, para que obren, den completo desenvolvimiento y se comporten conforme a lo que ya han alcanzado.
Salvación presente y futura
La voz “salvación” no es una palabra vacía, sino de gran significación. Toca no solamente a lo futuro, sino también a lo presente. Se refiere tanto a la actual salvaguardia contra el poder del pecado como a la liberación de la futura pena por el pecado. Para alcanzar la última, echamos mano una sola vez a la obra consumada por Cristo, gracias a la cual estamos eternamente guardados del juicio. Pero la salvación actual es continua y no hecha de una vez para siempre. Esta consiste en una aplicación diaria de la muerte de Jesús a nuestra vida, sabiendo que, para Dios, nuestro viejo hombre (lo que éramos antes como incrédulos) fue crucificado con Cristo (véase Romanos 6).
Caer de la gracia
Ahora quizás alguien diga: «En Gálatas 5:4 leemos que algunos habían caído de la gracia. ¿Qué, pues, significa esto?». Significa lo que textualmente dice: no han caído de la vida, sino de la gracia.
Si estudiamos la epístola, veremos que los cristianos de la provincia de Galacia habían comenzado bien su carrera; pero luego prestaron oídos a ciertos judíos que les aconsejaban que se circuncidasen y se colocasen bajo la antigua ley dada por Moisés. El apóstol Pablo les dijo lo siguiente: ¿Por qué os colocasteis bajo la ley? ¡De la gracia habéis caído!
Nunca dejamos de ser hijos
Supongamos que un hombre rico encuentra a un joven de 17 años, lo lleva a su casa, lo adopta como hijo y le dice: «Desde hoy eres mi hijo, los criados tienen la obligación de servirte. Puedes mandar por el coche cuando quieras, y disponer de todo como si efectivamente fueses mi hijo». Al día siguiente, el rico pregunta: «¿Dónde está mi hijo?». Uno de los criados, sonriendo, contesta: «Está en el desván limpiando los zapatos de la familia». Entonces, va a verlo y, en efecto, lo halla así ocupado. Le pregunta: «¿Por qué haces esto?» y él contesta: «Me reconocí tan indigno del lugar al que fui elevado que he querido hacerme merecedor de mi estancia en esta casa». Entonces el corazón del hombre se entristece al ver el poco aprecio que aquel muchacho hace de su bondad y favor, lo que le ha llevado a renunciar al rango que se le había ofrecido y sumarse al número de los criados.
Cayó de la gracia, mas no dejó de ser su hijo adoptivo, porque esta condición era definitiva. Fue él quien por un acto suyo se había privado de gozar de esa posición. Esto es lo que podemos aprender del versículo de la epístola a los Gálatas.
El que cae de la gracia no es, como muchos se lo imaginan, una persona que vuelve al mundo y se entrega de nuevo a los vicios, sino que, por el contrario, es una persona que, habiendo creído en Cristo para su justificación, pretende luego mantenerse en el favor de Dios por su vida ejemplar y su observancia de la ley.
Las obras de la ley y el fruto del espíritu
Alguien dirá: «¿No le parece que debemos guardar los diez mandamientos?». Yo opino que debemos hacer más que esto. Supongamos que tengo dos medidas, una de un metro y medio de altura y otra de dos metros. Si llego a la que tiene dos metros, es natural que llego también a la que tiene un metro y medio. Cristo es la medida del cristiano. Si este ama a Cristo, sin duda ha de cumplir la ley, aunque esta no sea la medida del cristiano ni su regla de vida:
Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu
(Romanos 8:4).
El Espíritu no une nuestros corazones al legalismo, sino a Cristo. Hay un gran contraste entre las obras de la ley y el fruto del Espíritu.
¿Qué les parece si un príncipe, al casarse, regalara a su esposa un ejemplar de los reglamentos de policía y las últimas leyes aprobadas por el Parlamento?
No, un hombre no hace semejante regalo. Él sabe que es amado; ella participa de la posición de su esposo, desea mantener su dignidad. El esposo seguramente nunca tendrá que pedirle a su esposa que acate las leyes. De igual manera nuestra posición no es la de siervos. La gracia de Dios nos llama a ser compañeros de Cristo. Somos hijos de Dios. Debemos procurar seguir a Cristo. Si volvemos al pasado y procuramos ganar el favor de Dios por el servil medio de guardar la ley, caemos de la gracia, estamos privados de disfrutar los beneficios que en Cristo nos pertenecen, dejamos de experimentar que por Cristo “tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes” (Romanos 5:2).
Muerto a la ley
En Romanos 7:4 leemos: “Vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo”. Ahora, todo se encierra en Cristo. No agradamos a la carne; no hacemos nuestra voluntad, sino la de Cristo. Esto nos recuerda al ciego Bartimeo, cuyos ojos le fueron abiertos. Lo primero que vio fue la faz de Aquel que le había dado la vista. Jesús le dijo: “Véte”; pero ¿qué hizo él? “Seguía a Jesús en el camino”.
Refiriéndose a ese hecho se dice que Jesucristo deja hacer al hombre su propia voluntad; pero ¿cuál debe ser la voluntad de todo cristiano?
Hacer lo que a Cristo le agrada
Bien sé que la salvación es libre, libre como el aire que respiramos; sin embargo, al conocimiento de la salvación le sigue una vida fiel y fervorosa. La fe y las obras van siempre juntas.
Los que son salvos sienten en su corazón impulsos de amor y gratitud hacia Cristo, y el Espíritu Santo que mora en ellos les alienta a servir a Dios, a seguir a Cristo y a hacer la voluntad del Señor.
Los que recayeron
Puede ser que algunos digan: «¿No hay en la epístola a los Hebreos, capítulo 6, un versículo que habla de recaer?». Que lean con mucha atención los versículos 4 al 6 de ese capítulo. En ellos se dice: "Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados… y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento." Esto significa que no hay misericordia para los que recaen. La perdición de los tales es tan cierta como la del diablo. Estas palabras se refieren a ciertos judíos que profesaban el cristianismo, pero que volvieron al judaísmo. Su profesión era una impostura. Al volver al antiguo régimen, era como si crucificaran de nuevo a Cristo, exponiéndole al vituperio. Renegaron de la fe cristiana; esto era como declarar que Cristo era un impostor y les quitaba todo interés de ocuparse en él.
Estoy seguro de que ninguno de mis lectores puede llamarse un consumado apóstata. El capítulo 6 de Hebreos trata de una completa apostasía; trata de individuos que tenían los ojos abiertos a la luz, pero perdieron todo su interés por Cristo, hasta el punto que no querían tener absolutamente nada que ver con él. Sé que muchas personas, a pesar de vivir alejadas de Dios, en el fondo de sus corazones tienen cierto respeto por Cristo y no quieren desligarse de él por completo. Recordando aquellos tiempos felices, ellas exclaman: «Daría cuanto poseo por encontrarme como entonces». Esto no es una apostasía; se trata solamente de un desvío. Tales personas ambicionan gozar de nuevo de la gracia de Dios, pero necesitan confesar sus pecados para gozar de nuevo de Su presencia.
La puerca lavada
Otro puede decirme: «¿Cómo se compagina esto con lo que se halla escrito en 2 Pedro 2:22?» (“Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno”). No está dicho que la oveja vuelva a revolcarse en el cieno, sino la puerca lavada. Se trata únicamente de un incrédulo que se hizo religioso –una puerca lavada– y así practicaba. Las puercas lavadas no son, en manera alguna, ovejas. Una puerca, aunque intentemos sacarla del lodazal y con un cepillo, agua caliente y jabón la limpiemos completamente, no muda su naturaleza. Hay personas religiosas que se alistan en una congregación cristiana, asisten regularmente a las reuniones, aun participan de la Cena del Señor, y son en apariencia buenas personas. Pero al conocer sus corazones, uno descubre que su naturaleza no ha sufrido cambio alguno. Acuden a las reuniones, les gusta cantar himnos, pero no son otra cosa que puercas lavadas; y si murieran con el pan de la Cena en la boca, su alma iría al infierno. Judas Iscariote era una puerca lavada. Simón el Mago era otra, y en los países llamados cristianos se cuentan por millares. He encontrado gran número de ellas. Pregunto: ¿Dónde está su religión?
¿Dentro o fuera?
¿Pueden decir ustedes que aman a Dios de todo corazón? ¿Pueden afirmar que Cristo es para ustedes el señalado entre diez mil? ¿Están perdonados todos sus pecados? ¿O pueden únicamente decir: Hemos sido bautizados, vamos a la iglesia y tomamos la comunión? No pregunto esto con intención de ofender a nadie; pero es necesario que todos sean lo que profesan ser y que estén muy seguros de que ocupan el lugar que les corresponde.
Si alguien estuviera íntimamente persuadido de no ser salvo, de no estar convertido, de no haber nacido de nuevo, a pesar de su religión, que se empape de esta verdad: no es más que una puerca lavada. No obstante, para él hay misericordia en Cristo.
Supongamos que voy a visitar a cierto granjero y, al llegar al lugar en que vive, veo que hay bastante movimiento. Él está en el corral. En la ciudad vecina se celebra una gran exposición ganadera y nuestro hombre quiere exponer en ella algunos de sus productos. ¿Ven aquella corpulenta puerca tan engalanada, y aquella linda oveja? Va a exponerlas y, si no me engaño mucho, obtendrá el primer premio.
La vieja naturaleza no puede ser cambiada
Sale nuestro amigo guiando a sus animales, pero, al pasar cerca de un charco, la puerca da un resoplido de satisfacción y se hunde en el cieno. Y es que, a pesar de su estado de limpieza y de las cintas que luce, su naturaleza es la misma, no ha cambiado en nada. De un salto se echa en el charco y da a la vez un empujón a la oveja, la que queda igualmente cubierta de barro. Entonces ¿qué sucede? La puerca está satisfecha, pero la oveja se siente afligida. ¿Por qué? Porque una puerca lavada conserva su primitiva naturaleza y, por lo tanto, le gusta revolcarse en el charco y cubrirse de fango. La oveja se siente afligida porque ha sido manchada. Del mismo modo, una oveja de Cristo, cuando cae en pecado, siente gran aflicción en su alma.
No quiero, en modo alguno, desanimar al más flaco creyente que lea estas palabras. A este le digo: ¿Oyó la invitación de Cristo: “Venid a mí”? ¿Dice usted que sí, que confía en Él en cuanto a su salvación, y procura seguirle? ¿Desea ser más celoso en seguir sus caminos? Lo mismo deseamos todos, pero nuestra salvación depende de nuestra confianza en el Señor Jesucristo como Salvador. Hacemos bien si deseamos servirle mejor y seguirle más de cerca, pero la salvación se basa en Su obra consumada y Su sangre derramada.
Que estas palabras salidas de la boca de nuestro Señor Jesús penetren en sus corazones: “Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás”. He aquí una almohada donde pueden reclinar sus cabezas. Antes de entregarse al sueño, cada uno de ustedes puede decir: «Si no despierto en este mundo, despertaré en la presencia del Señor Jesucristo».
El Espíritu mora en los creyentes
Entre los creyentes del Antiguo Testamento y los del Nuevo, existe una diferencia parecida a la que hay entre los barcos de vela y los de vapor. Los creyentes de los tiempos del Antiguo Testamento son como barcos de vela; los del Nuevo Testamento como los vapores. El Espíritu de Dios vino sobre los creyentes antiguos, mientras que ahora el Espíritu mora en los creyentes. El poder, como en el buque de hélice, está en el interior.
Hallándome una vez en Florida, en los Estados Unidos, tuve necesidad de ir al archipiélago de las Bahamas, el que dista de dicho punto cerca de 500 kilómetros.
Respecto del tiempo que un barco de vela emplearía para hacer este trayecto, obtuve la siguiente respuesta: «Con un viento favorable, el viaje se realiza en tres días, pero, si el tiempo es adverso, puede durar hasta dos semanas». Evidentemente esto era muy incierto.
Esta misma incertidumbre la notamos en los creyentes del Antiguo Testamento. Tenemos, por ejemplo, el caso de Sansón:
Y el Espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él
(Jueces 13:25).
Pero, después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo descendió a la tierra y vino a morar dentro de los creyentes. Ahora, así como los barcos modernos tienen su fuerza dentro de sí mismos, lo que los habilita para andar contra viento y marea, así el cristiano tiene un poder interno que lo habilita para vencer todas las oposiciones del mundo.
Por lo tanto, ahora podemos aprovechar esta sencilla lección: “Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás”. Además, en Lucas 15 vemos que el Buen Pastor pone la oveja sobre sus hombros y la lleva a su casa. ¿Saben ustedes cuántas manos tiene una oveja? Hice esta pregunta a gran cantidad de personas y muchas contestaron: Cuatro.
Una oveja no tiene ninguna mano
Entonces, ¿cómo puede asegurarse? Le es imposible hacerlo, pero el pastor la asegura, la agarra por las cuatro patas, la pone sobre sus hombros y la lleva a su casa. Estamos en las manos del Hijo y en las manos del Padre. Quiere decir que tenemos una doble garantía del amor divino, como nos lo dice el Señor Jesucristo: “Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás”. Que estas palabras penetren en sus corazones y les proporcionen una verdadera paz para lo futuro, por amor de Cristo. Amén.
Más que vencedores
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero.
Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.
Romanos 8:28-39
Nadie las arrebatará de mi mano
“Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.
Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.
Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.
Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
Juan 10:7, 9, 11, 14-15, 27-29