La necesidad de la disciplina en la Asamblea
En el primer fascículo de esta serie1 hablamos de la Iglesia como Casa de Dios en la tierra. Indicamos que ese carácter de Casa de Dios conlleva las ideas sustanciales de orden y responsabilidad. Vimos además que Dios es un Dios de orden y, puesto que mora en una casa, como lo es su Iglesia, tal casa tiene que estar de acuerdo con Su orden y sentimientos. Por lo tanto, siendo que “la santidad conviene” a su casa (Salmo 93:5), es nuestra responsabilidad guardar esa Casa pura y santa.
En 1 Timoteo 3:14-15 leemos:
Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.
Ésa fue la razón por la que Pablo escribió esta epístola a Timoteo: para que él y nosotros supiéramos la forma en que debemos conducirnos en la Casa de Dios. Así sabemos que debe observarse un comportamiento decoroso en la Casa de Dios y también que el orden, la santidad y la disciplina deben ser mantenidos en ella.
- 1La Iglesia o Asamblea: lo que es.
La santidad de Dios
La disciplina en la Iglesia es una necesidad a causa del Santo y Verdadero (Apocalipsis 3:7), quien está en medio de su pueblo. Él, como lo leemos en Habacuc 1:13, es muy limpio de ojos para ver el mal y no puede soportar el agravio. Allí donde el Santo tiene su habitación no es posible permitir que continúe una situación en la que el pecado no es juzgado. Tampoco se puede tolerar el mal en ninguno de sus muchos aspectos. Esa Casa debe mantenerse limpia. En el Salmo 101:7 dice el Señor: “No habitará dentro de mi casa el que hace fraude; el que habla mentiras no se afirmará delante de mis ojos”.
Al considerar el asunto de la disciplina es importante recordar que ésta está conectada con la Iglesia bajo su aspecto de Casa de Dios y no como Cuerpo de Cristo.
El mantenimiento de la autoridad de Cristo
En Hebreos 3:6 se habla de Cristo “como hijo sobre su casa”, la cual está constituida por todos nosotros. En consecuencia, su autoridad tiene que ser mantenida y la iniquidad del hombre echada fuera. Lo que está de conformidad con Él tiene que hacerse manifiesto. Nos es obligatorio, por lo tanto, actuar con responsabilidad para mantener el orden según su Palabra y para guardar limpia su Casa. En esto consiste la disciplina de Cristo “como hijo sobre su casa”. Esta disciplina atañe a la asamblea. (No se trata de la disciplina individual de nuestro Dios y Padre ejercida sobre uno de sus hijos que se ha extraviado).
La disciplina requiere sujeción a las reglas, desarrollo del hábito de obediencia por entrenamiento e instrucción, corrección y castigo. Es el entrenamiento educativo del alumno. Es necesaria en el hogar, en la escuela, en el gobierno y asimismo en la Casa de Dios. Ninguna institución puede prosperar ni tener buen éxito sin la disciplina. Por lo tanto, si la disciplina y el orden de Dios no se mantienen en la Iglesia, pronto veremos que las acciones del Espíritu Santo serán estorbadas y su ministerio apagado.
Todo lo que deshonra a Cristo y es contrario a su Palabra contrista al Espíritu de Dios. Él no puede bendecir la desobediencia y los caprichos. No puede bendecir cuando hay pecado no juzgado. Por eso, las consecuencias de nuestro descuido en asuntos de disciplina serán invariablemente la carencia de bendiciones espirituales y la falta de poder en una asamblea.
El pecado visto como levadura
Otra razón de la necesidad de la disciplina en la asamblea consiste en que el pecado es como la levadura: se esparce y leuda toda la masa. El apóstol habla de esto en 1 Corintios 5:6-8:
¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois.
La acción de la levadura es tal que aun un poquito puede leudar toda la masa. La única manera de detener esta propagación en la masa consiste en quitar la levadura, o cocerla en el horno, lo que detiene su acción.
De igual manera el pecado se extenderá en una asamblea si no es juzgado y quitado. El pecado contamina. Debe ser juzgado doquier se manifieste. Si no es juzgado, se propagará y corromperá a todo el grupo. Por eso es necesaria la disciplina según Dios para impedir el progreso de la contaminación del pecado en la asamblea. De esta manera se la guarda limpia y libre de levadura. A veces, un hermano en cuyo corazón está obrando la levadura del pecado no hace caso de la instrucción a pesar de los ruegos, los avisos, las reprensiones y solicitudes que se le hacen y no se juzga a sí mismo. Si continúa así, la iglesia, después de procurar librarle del mal sin éxito, tiene la obligación de desvincularse de tal persona. Tiene que expulsarla como persona perversa para que la asamblea misma no sea leudada, es decir, mancillada o contaminada.
Pero no deberíamos pensar que la disciplina es meramente un acto judicial, mediante el cual un individuo es excomulgado, es decir, excluido de la comunión con los hermanos de la asamblea. El gran propósito de la disciplina debería ser siempre el de evitar, hasta donde sea posible, la necesidad de expulsar a uno de la comunión entre creyentes. El noventa por ciento de la disciplina que se ejerce en una asamblea debería ser aplicada de manera individual. Con esto se quiere decir que tendría que ser la obra de individuos que buscan la corrección y la restauración de la persona “leudada”, por decirlo así. Hablando con propiedad, la excomunión no es disciplina. El acto de privar a alguien de la comunión es admitir que la disciplina ha sido ineficaz y que no hay otra solución más que la de excluir al individuo por ser una persona perversa. A menos que se manifieste el arrepentimiento del culpable y sea evidente la restauración hecha por el Señor, la iglesia no tiene nada más que decir a tal persona.
Las distintas formas de disciplina se ejercen dentro de la asamblea local para la gloria de Dios y para la bendición de las almas (1 Corintios 5:12). Así los santos son guiados en la senda de la obediencia, entrenados en los caminos del Señor y educados en lo que agrada a Cristo y conviene a los santos. Ciertamente, y en vista de lo que acabamos de considerar, es imperativo que en la Asamblea, la Casa de Dios, se mantenga la disciplina según su Palabra.