El perdón de los pecados

La certeza del perdón de los pecados

Jesucristo… en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia.
(Efesios 1:7).

Pecados totalmente perdonados: ¿sueño o realidad?

Oh, qué bendición poder repetir con el salmista: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado”, y: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:1, 5-6). Verdaderamente esto es bendición, y fuera de ella no existe ninguna.

Tener la completa seguridad de que mis pecados están totalmente perdonados es el único fundamento de mi verdadera felicidad. Ser feliz sin esto, sería serlo sobre una base falsa de la que, en cualquier momento, podría verme desalojado sin remedio. Me es completamente imposible disfrutar de una real felicidad mientras yo no posea la divina seguridad de que la sangre de Cristo borró todas mis culpas. Las dudas respecto a si todas mis culpas han sido llevadas por Jesús, o si todavía pesan sobre mi conciencia me hacen sentir miserable.

Ahora, antes de comenzar a desarrollar el asunto del perdón, deseo hacer al lector una pregunta de tipo personal:

¿Es presunción creer lo que Dios ha dicho?

¿Cree usted que puede tener una absoluta seguridad de que sus pecados están perdonados? Le hago esta pregunta al principio porque hay muchos, hoy en día, que predican el Evangelio de Cristo y, sin embargo, niegan que uno pueda poseer la bendita seguridad de que sus pecados han sido perdonados. Sostienen que es una presunción creerlo, mientras que, por otra parte, consideran que es una prueba de humildad el hecho de tener dudas sobre tan importante asunto. En otras palabras, según ellos, es presunción creer lo que Dios dice, y humildad dudar de ello.

No obstante, estas afirmaciones resultarán extrañas a la luz de los siguientes pasajes de la Palabra de Dios: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén…” (Lucas 24:46-47); Jesucristo,

en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia
(Efesios 1:7; Colosenses 1:14).

Allí encontramos perdón de pecados predicado en el nombre de Jesús y obtenido por aquellos que creen. Los efesios y los colosenses, incluidos entre los “gentiles” (los que no son judíos), recibieron un mensaje que les anunciaba el perdón de los pecados en el nombre de Jesús. Dieron fe a este mensaje y entraron en posesión del perdón. ¿Era esto presunción? ¿Hubiera sido piedad y humildad dudarlo? En verdad, habían sido grandes pecadores “muertos en delitos y pecados”, “hijos de ira”, alejados y extraños, enemigos por sus malas obras. Algunos, sin duda, se habían postrado ante la diosa Diana, habían practicado una grosera idolatría y tenido costumbres corrompidas. Pero luego, el perdón de pecados les había sido predicado en el nombre de Jesús. Esta predicación ¿era veraz o no? ¿Era para ellos o no? ¿Era un sueño, una sombra, una ilusión? ¿No significaba nada? ¿No había en tal predicación nada seguro, nada cierto, nada concreto?

Preguntas como estas demandan claras respuestas. Si en verdad hoy nadie puede saber que sus pecados están perdonados, ¿cómo podían saberlo en los tiempos apostólicos? Si en el primer siglo eso era una realidad, ¿cómo no lo sería actualmente? David dice que el hombre al cual Dios atribuye justicia sin obras es bienaventurado: “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos” (Romanos 4:7). Ezequías pudo decir:

Echaste tras tus espaldas todos mis pecados
(Isaías 38:17).

El Señor Jesús dijo al paralítico: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2).

Ejemplos bíblicos del perdón de los pecados

De modo que en todas las épocas el perdón de pecados ha sido conocido con toda la certidumbre que puede dar la Palabra de Dios. Uno solo de los casos mencionados anteriormente basta para refutar la enseñanza de aquellos que afirman que nadie puede saber si sus pecados están perdonados. Si encuentro en la Escritura una persona que haya conocido esta preciosa bendición, ello es suficiente para mí.

Por tanto, al abrir mi Biblia y contemplar cómo grandes pecadores tuvieron el conocimiento del perdón, deduzco que esa divina seguridad es posible actualmente, aun para el más vil pecador. ¿Fue presunción de parte de Abraham, de David, de Ezequías o del paralítico creer en el perdón de pecados? ¿Habría sido en ellos señal de presunción el hecho de creerlo, o expresión de humildad el acto de dudarlo? Podría alegarse que esos fueron casos especiales o extraordinarios. Bien, no discutiremos si lo fueron o no, pero una cosa está clara: mientras algunos afirman que nadie puede saber si sus pecados están perdonados, la Palabra de Dios me enseña que muchos seres humanos, con idénticas pasiones, enfermedades y faltas que las del escritor y el lector, pudieron regocijarse por el perdón de pecados. De ahí que cualquiera que afirme que no se puede tener ninguna certeza acerca de tan importante asunto no cuenta con ningún fundamento bíblico para apoyar su opinión.

Otros ejemplos para nuestra ayuda

Pero ¿es verdad que los casos registrados en las Escrituras son tan especiales o extraordinarios que no pueden constituir un precedente para nosotros? Si de alguno podría decirse tal cosa sería ciertamente de Abraham. No obstante leemos: “Su fe le fue contada por justicia. Y no solamente con respecto a él se escribió que le fue contada, sino también con respecto a nosotros a quienes ha de ser contada, esto es, a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:22-25). Abraham “creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6). Y el Espíritu Santo declara que también a nosotros nos será atribuida justicia si creemos: “Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree” (Hechos 13:38-39).

De este (Jesús) dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre
(Hechos 10:43).

Entonces la pregunta es: ¿Qué quisieron decir los apóstoles Pedro y Pablo cuando, sin reserva alguna, predicaron el perdón de pecados? ¿Cómo podría llamarse el Evangelio «las buenas nuevas» si su único efecto fuera inundar el alma de dudas e inquietud? De ser así, el tenor del discurso de Pablo en Antioquía de Pisidia habría sido muy distinto. Tal vez habría dicho: «Varones hermanos, jamás podréis saber, en esta vida, si vuestros pecados son perdonados o no».

Nunca hubo tal enseñanza en la predicación o en la doctrina apostólica. Pregonaron en forma enfática e inequívoca el perdón de pecados como consecuencia de creer en un Salvador crucificado y resucitado. No hay en ello la menor insinuación en cuanto a la enseñanza de ciertos maestros modernos en el sentido de que es una peligrosa presunción creer en el completo perdón de todos nuestros pecados, o acerca del falso argumento de que la perpetua duda es signo de piedad y humildad. ¿No hay posibilidad en este mundo de comenzar a disfrutar de nuestra eterna seguridad en Cristo? ¿No podemos confiar en la Palabra de Dios y descansar en el perfecto sacrificio de Cristo?

¿Puede llamarse «buenas nuevas» (Evangelio) aquello que sepulta al alma en irremediable duda? Quizás alguien se atrevería a decir: «Cristo llevó el pecado, pero… ¡yo lo ignoro! Dios habló, pero… ¡yo no puedo estar seguro! El Espíritu Santo descendió, pero… ¡no puedo confiar en su testimonio! Es humilde piedad dudar de la Palabra de Dios, deshonrar el sacrificio de Cristo, negar la obra del Espíritu Santo en el corazón». ¡Ay, ay, si esto es el Evangelio, adiós la paz y el gozo del creyente! Si esto es cristianismo, en vano “nos visitó desde lo alto la Aurora… para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados” (Lucas 1:77-78).

Reconocemos que millares se han engañado a sí mismos y a sus semejantes. Pero ¿será un motivo para que no pueda depositar mi confianza en Dios y en su Palabra? Debemos desenmascarar a los falsos maestros y probar sus doctrinas a la luz de la infalible y santa Escritura. Debemos rechazar, como algo abiertamente opuesto a la Palabra de Dios, toda enseñanza que nos diga que nunca podemos estar seguros de la salvación, y que debemos confiar en la misericordia de Dios, cuando llegue la muerte.

La Palabra de Dios nos da certeza

La falsa Teología jamás me da seguridad; la Palabra de Dios sí. ¿A cuál de ellas creeré? La primera me llena de dudas y temores; la última me imparte divina seguridad. Una me hace esperar en mis propios esfuerzos; la otra me permite descansar sobre una obra consumada. ¿A cuál escucharé? A través del Libro de Dios, no hay rastro alguno de que uno no pueda estar seguro de su salvación eterna. Puedo, sin temor, asegurarlo. La inspirada Palabra me presenta con luz clara el privilegio del creyente: gozar de una completa seguridad en cuanto al perdón de sus pecados y a su aceptación en Cristo. Mi deseo es que el lector pueda terminar la lectura de este artículo con firme convicción de esta seguridad.

Si otros se han gozado en ello, ¿por qué no puede usted también hacerlo, amado lector? ¿Está acabada la obra de Cristo? ¿Es veraz la Palabra de Dios? Sí, por cierto. Entonces, si sencillamente me apoyo en ello, estoy perdonado, justificado y aceptado. Todos mis pecados estaban puestos sobre Jesús cuando él fue clavado en la cruz. Dios los había colocado todos sobre él. Cristo los llevó sobre sí y los expió; y ahora Él está en lo alto, en los cielos, sin esos pecados. Eso es suficiente para mí.

Si Aquel que cargó con toda mi culpa está ahora a la diestra de la Majestad en los cielos, evidentemente, no hay nada de lo que yo pueda ser culpado. Todo lo que la justicia divina tenía contra mí fue puesto sobre Aquel que llevó el pecado, quien sufrió la ira de un Dios que odia al pecado, a fin de que yo pudiera estar gratuita y eternamente perdonado y aceptado en un Salvador resucitado y glorificado.

Hasta aquí hemos procurado establecer el hecho de que es posible que uno sepa, bajo divina autoridad, que sus pecados están perdonados. Procederemos ahora, dependiendo de la enseñanza del Espíritu de Dios, a tratar el tema bajo tres diferentes aspectos, a saber:

1. La base sobre la cual Dios perdona.
2. La extensión del perdón que Dios nos da.
3. La manera en que Dios perdona.

Esta triple presentación es necesaria, pues da claridad, amplitud y precisión para nuestra comprensión del asunto, como formando un todo. Cuanto más claramente comprendamos la base de nuestro perdón, tanto más apreciaremos su extensión y admiraremos la manera en que Dios nos perdona. Quiera Dios guiarnos por medio del Espíritu Santo mientras meditamos por un momento en el fundamento del perdón divino.