Capítulo 1
Contraste entre la exigencia del Antiguo Testamento y el tiempo de la gracia
Al leer el Antiguo Testamento queda bien claro que Dios exigía de su pueblo terrenal que le diera anualmente una parte de sus ingresos, es decir, la décima parte o el diezmo. Este era un mandamiento adicional a los sacrificios obligatorios que se debían ofrecer a causa de los pecados cometidos, al impuesto del templo y a parte de las cosechas del campo, entre otras ofrendas. Unas eran obligatorias y otras voluntarias. Esto se puede considerar al leer los siguientes versículos: Éxodo 22:29-30; 34:26, Levítico 19:9-10, Números 15:21; 18:30, Deuteronomio 12:6; 18:1- 4.
Si los Israelitas no daban el diezmo, Dios lo consideraba como un robo, y los amonestaba por no proceder como se les había mandado. Malaquías 3:8-10 dice:
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.
Con este y otros versículos, entendemos que el diezmo era una ordenanza de la ley. “El diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de Jehová es; es cosa dedicada a Jehová. Y si alguno quisiere rescatar algo del diezmo, añadirá la quinta parte de su precio por ello. Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová” (Levítico 27:30-32). “Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año” (Deuteronomio 14:22).
El diezmo, ¿se puede aplicar a la Iglesia?
Hoy en día muchas congregaciones cristianas han tomado como principio, ordenanza y práctica esta ley del diezmo, como que si tuviera una aplicación para la Iglesia de hoy. Ellas defienden su punto de vista con los versículos del Antiguo Testamento. Y de hecho, deben apoyarse en él, pues en el Nuevo Testamento no existe ningún versículo referente al diezmo que se pueda aplicar a la Iglesia en forma directa. Es verdad que hay textos en los evangelios que mencionan el diezmo, porque en aquel tiempo muchos todavía guardaban las enseñanzas del Antiguo Testamento. Hoy en día las mismas personas que insisten en que el diezmo siga en pie, niegan la necesidad de guardar el sábado, de circuncidarse, o de abstenerse de carne de ciertos tipos de animales y de otras cosas, tal como fiestas y ordenanzas dadas a Israel como pueblo de Dios. Ellas dicen que estas enseñanzas son del Antiguo Testamento y que ya no estamos bajo sus ordenanzas. Sin embargo, ellas mismas utilizan la enseñanza del Antiguo Testamento para avalar el diezmo. Esto es una contradicción fundamental.
Instrucciones del Nuevo Testamento
En la vida del Señor, mientras estuvo aquí en la tierra, en muchas ocasiones registradas en los Evangelios para nuestra enseñanza, Él no actuó según las prescripciones de la ley. Más bien obró conforme a su gracia, amor, compasión y justicia, y de acuerdo a las necesidades que se le presentaban. Él habló con una mujer samaritana; no condenó a una mujer sorprendida en pecado. Sanó en el día de reposo y no condenó a sus discípulos cuando recogieron espigas también en un día de reposo. Nosotros debemos actuar con la misma gracia.
No hay ninguna ley en el Nuevo Testamento ordenándonos u obligándonos a dar el diezmo. Tampoco hay mandato para ofrendar; pero tenemos unas instrucciones y enseñanzas en varias cartas a las iglesias. Solo debemos dar por amor al Señor, para hacer su voluntad, cumpliendo la ley del amor hacia nuestros hermanos.
En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. Pero el que tiene bienes de este mundo, y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?
(1 Juan 3:16-17).
Aunque haya poca oportunidad para dar nuestra vida por un hermano, sin duda habrá oportunidades para encontrar a un hermano con necesidad.
La Iglesia tiene una norma mucho más elevada
Aquellas personas que debían dar el diezmo en el Antiguo Testamento además podían presentar una ofrenda voluntaria, la cual era de olor grato a Dios y le complacía (Levítico 1:3, 9). Algunos israelitas así lo hicieron. Cuánto más deberíamos hacer nosotros lo mismo, de forma voluntaria, reconociendo que nuestras bendiciones espirituales son mucho más elevadas que las bendiciones prometidas a los israelitas en el Antiguo Testamento.
La enseñanza del Señor en el Sermón del Monte en Mateo 5-7 demuestra que la norma que Dios usa para nosotros, en esta época de la gracia, es mucho más elevada que la que se requería bajo la ley en los tiempos del Antiguo Testamento. Por ejemplo, con tan solo mirar a una mujer codiciosamente, los cristianos estamos adulterando, es decir, pecando; tan solo llamar “necio” a un hermano, es considerado un homicidio. La Biblia nos dice que ahora no solamente debemos amar a nuestro prójimo y a nuestros amigos, sino también a nuestros enemigos (Mateo 5:44).
Esta es la norma elevada que debemos tener presente cuando consideramos el tema tan importante del diezmo.
El motivo para dar: ¿Temor y recompensa o amor y obediencia?
Hagámonos la pregunta: «¿Cuál es mi motivo para ofrendar?».
El Nuevo Testamento nos enseña que debemos dar alegremente, motivados por el amor, no por obligación, sino voluntariamente y de corazón.
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad; porque Dios ama al dador alegre
(2 Corintios 9:7).
Una ley, debido a su naturaleza, nos obliga a conformarnos a su exigencia: la mayoría de las veces contiene una amenaza o una promesa. En cambio, el Señor busca que actuemos en obediencia, no por obligación o bajo amenaza, sino motivados por el amor. “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15).
Si digo a mi hijo: «Hijo mío, quiero que me digas tres veces al día que me amas. Si lo haces, te daré un premio, pero si no lo haces, te voy a castigar». Enseguida sale de su boca: «Papá te amo». ¿Me gozaré en ello? Claro que no, pues no sabré si lo dice por amor verdadero o porque quiere una recompensa, o tal vez porque tiene miedo del castigo.
Es por eso que el Señor busca una ofrenda voluntaria de nuestra parte, motivada por la obediencia a sus deseos y por amor a su persona. Estando en la cruz el Señor dijo a María, su madre: “He ahí tu hijo”, y a Juan: “He ahí tu madre”. El Señor no le dio un mandamiento, sino que Juan entendió el deseo de Su corazón y lo llevó a cabo: “Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (Juan 19:27). De esta manera Juan cumplió el deseo de su amado Señor. Esa es la actitud correcta que debemos tener cuando damos u ofrendamos. Debemos hacer la voluntad de Dios, buscando responder a su deseo. Tengamos cuidado de no sacar fuera del contexto mandamientos, amenazas o promesas hechas a Israel, bajo la ley, las cuales no tienen aplicación directa a la Iglesia en el tiempo de la gracia en que vivimos.
¿Cuánto nos pide el Señor?
¿Nos pide el Señor realmente el diezmo (o sea el 10%) de nuestros ingresos, como en varias congregaciones muchos predican y exigen?
Romanos 12:1 nos da la respuesta: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”.
Él quiere nuestra vida entera, no solamente el 10%, ¡sino toda nuestra vida! ¿Y por qué querríamos entregarle nuestras vidas a Él? ¡Él nos ha dado tanto! Salvó nuestras almas, y por medio de las palabras de Cristo, sabemos que nuestras almas valen mucho más que el mundo entero, “porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Marcos 8:36-37). Recordemos, además:
Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación
(1 Pedro 1:18-19).
Al reflexionar sobre esto, y considerando todo lo que somos y lo que tenemos, nos damos cuenta de la gran deuda que tenemos con Él.
Vemos esta actitud en los hermanos de Macedonia: “Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Corintios 8:1-5). Ellos primeramente se dieron a sí mismos enteramente al Señor y luego se entregaron a los creyentes que pasaban necesidades, por medio de un don muy generoso, dado con gran sacrificio. Lo hicieron voluntariamente, no por obligación, sino por amor a su Dios y a sus hermanos. Este es el orden correcto y lo que el Señor busca de nosotros; entregándonos en primer lugar al Señor se ordenará todo lo demás.
Esto es lo que entendemos acerca de presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo. Es entregarnos totalmente a Él. Esencialmente, es decir lo que Saulo dijo cuándo el Señor se le reveló en el camino hacia Damasco: “¿Señor, qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). En aquel momento, él se entregó completamente al Señor. Esto es precisamente lo que el Señor también espera de nosotros. El siervo hebreo no estaba obligado a salir libre después de seis años al servicio de su amo (a pesar de que era justo que fuera libre). Si él amaba a su señor, y si las cosas habían salido bien entre él y la casa de su señor, podía escoger convertirse en su siervo para siempre. Véase Éxodo 21:2-5 y Deuteronomio 15:16.
Así, es nuestro privilegio sacrificarnos completamente a Él a causa de sus grandes misericordias para con nosotros.
Entonces, ¿cuánto le daremos?
Pertenecemos al Señor
¿Ignoráis… que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”
(1 Corintios 6:19-20).
Todo lo que tenemos y todo lo que somos es completamente suyo, pues Él nos creó, y luego nos redimió, adquiriendo todos los derechos sobre nosotros. Pero aunque estamos rescatados por la sangre de Cristo y somos Suyos por creación y redención, Él busca un corazón totalmente entregado, no por obligación, sino por gratitud y amor.
Además de esto, la verdad es que nacimos desnudos y desnudos nos iremos de este mundo. Véase Job 1:21. Todo lo que tenemos nos ha sido dado por Él. En realidad, reconociéndolo o no, es el Señor quien nos ha dado todo lo que poseemos, y debemos ser fieles administradores de todo ello. Nuestra inteligencia, nuestras fuerzas, la salud, nuestros talentos, e inclusive nuestros bienes, todo es de Él. Entonces entreguémosle lo que es suyo, así como lo hizo David, el rey de Israel: “Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura. Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente” (1 Crónicas 29:14-17).
En conclusión, como ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, no se puede exigir la obligación de diezmar o de dar cierto porcentaje. Exigiendo el diezmo con base en un mandamiento en el Antiguo Testamento, quitaría la oportunidad y el valor de ofrendar voluntariamente por amor y gratitud al Señor.