Muchas personas se hacen de Dios la misma imagen que Job: un Ser todopoderoso que obra «arbitrariamente» (dicho de otro modo: como le place) sin rendir cuentas a nadie y cuyos caminos son incomprensibles. El hombre está enteramente a su merced, cual una hoja arrebatada por el viento (cap. 13:25) y todo lo que puede hacer es buscar resguardarse de sus golpes lo mejor que pueda. Este «fatalismo» vuelve a encontrarse en la mayoría de las religiones orientales. Es muy cierto que Dios es todopoderoso y que obra de manera soberana. Es igualmente cierto que el hombre es débil y dependiente, que “sale como una flor y es cortado” (Job 14:2); que “toda la gloria del hombre es como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae” (1 Pedro 1:24). Pero no es cierto que Dios se burle del hombre al dominarlo a su gusto (Job 14:20). Al contrario, tiene cuidado de su criatura y no quiebra “la caña cascada” (Isaías 42:3; Mateo 12:20).
“¿Quién hará limpio a lo inmundo?” pregunta Job (Job 14:4). Más lejos exclama: “Tienes sellada en saco mi prevaricación…” (v. 17). No tiene conciencia de la plenitud de la gracia, como ocurre siempre que uno está preocupado por su propia justicia. Cada uno de nosotros ¿conoce a Aquel que purifica perfectamente al pecador manchado y que echó en lo profundo del mar el pesado «saco» que contiene todos sus pecados? (Miqueas 7:19).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"