En el Salmo 22:6 él dice: “Mas yo soy un gusano, y no hombre”.
Es muy evidente, según las Sagradas Escrituras, que el Señor Jesucristo se humilló a sí mismo, siendo hecho semejante a los hombres, y esto para poder morir (Filipenses 2:6-8; Hebreos 2:9). La muerte entró por “UN HOMBRE”, Adán, y por Cristo, llamado “EL SEGUNDO hombre”, entró la vida (1 Corintios 15:21-47). Ahora, bien, uno no puede resucitar sin haber pasado antes por la muerte. Por lo tanto, ahí tenemos un testimonio muy claro relativamente a la humanidad de Cristo con respecto a la muerte, y hay otros, como por ejemplo en Romanos 8:3.
Al mismo tiempo es necesario tener cuidado de no perder de vista la divinidad del Señor. Él era el Verbo hecho carne que habitó entre nosotros, y “el Verbo era Dios” (Juan 1:1-14). Haciéndose hombre, no se despojó de su divinidad. “Antes de que Abraham fuese, Yo SOY”, dijo el Señor; y los judíos comprendieron tan claramente por estas palabras que él afirmaba su divinidad de la manera más positiva, que cogieron piedras para tirárselas. Cuando él dijo: “Yo y el Padre uno somos”, significó lo mismo (Juan 8:58-59; 10:30-33).
Por consiguiente, es imposible separar en Cristo la humanidad y la divinidad. En su naturaleza, él era Dios, y entrando en este mundo se hizo hombre. Se comprende, pues, que en su muerte él pueda ser considerado bajo diferentes aspectos, así como lo vemos en los cuatro evangelios. En los dos primeros, Mateo y Marcos, él es manifestado como “desamparado” en la cruz. Allí es, pues, cuestión de la expiación. En Mateo, Cristo es presentado como “hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1), por consiguiente se trata de su HUMANIDAD. Pero en Marcos, él es “Hijo de Dios” (Marcos 1:1), el perfecto servidor de Dios, su muy amado Hijo, en quien tuvo complacencia (v. 11). Ahí, pues, hallamos su DIVINIDAD, y de este modo la contestación a la pregunta.
Las Sagradas Escrituras todavía son más explícitas sobre este punto. Mateo y Marcos, los únicos evangelistas que relatan las palabras de Cristo: “¿Por qué me has desamparado?”, también son los únicos que refieren el testimonio del centurión con respecto a la muerte de Cristo: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mateo 27:54; Marcos 15:39). Además, Marcos se apoya más sobre la expresión: “Verdaderamente ESTE HOMBRE era Hijo de Dios”, y hace resaltar muy claramente que la muerte del Señor era un HECHO POSITIVO, y no el efecto de la sujeción de nuestra raza caída en el pecado y la muerte. El Señor había cargado voluntariamente con nuestros pecados y también entregó su alma a Dios por su propia voluntad; puso su vida por sí mismo (Marcos 15:37-39; compárese con Juan 10:17-18). “Dando una gran voz, expiró”. He ahí lo que impresionó tanto al centurión y le hizo rendir este testimonio:
Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.
Por último, no olvidemos que la redención obtenida por el Señor es una “redención eterna”, infinita en su valor. Así, pues, se necesitaba un sacrificio a la altura de esa redención, es decir, un sacrificio divino, INCORRUPTIBLE en su carácter, ordenado desde antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:18-20). Dios ha ganado la Iglesia por la sangre de su propio Hijo (Hechos 20:28); de este modo la vida y la incorruptibilidad han sido sacadas a la luz por el Evangelio (2 Timoteo 1:10).
La expresión: “Yo soy gusano, y no hombre”, demuestra la profundidad de la humillación a que el Señor de la gloria se prestó a descender.